No te vayas.
Puede
usted, por ejemplo, repasar cada uno de los instrumentos en orden descendente
de tamaños: desde el enorme fórceps de Chassaignac o el speculum vaginal Nº 16
de Collin, hasta los pequeños catéteres y sondas oftálmicas o las tenacillas
para la hemóstasis capilar o las afiladísimas agujillas hipodérmicas o de
sutura. Puede usted cerciorarse, también, aplicando este método inversamente,
es decir, por orden ascendente de tamaños. Es preciso, sobre todo, que no deje
usted nada olvidado aquí. ¿Ha revisado ya la mesilla de hierro con cubierta de
mármol que se encuentra adosada al muro debajo del cuadro alegórico? Remueva
usted los algodones sanguinolentos y las gasas manchadas de pus; una aguja
imprescindible, una pequeña sonda nasal de gran utilidad puede estar oculta
entre ellos. Repase usted, uno a uno, sus instrumentos de trabajo; los que
usted mismo ha inventado y diseñado y que le han dado justo renombre en todo el
mundo, así como aquellos que se deben al ingenio de sus colegas más notables.
No se distraiga usted, doctor, al hacer este inventario mental. No preste
ninguna atención a esa bella mujer desnuda representada en el cuadro que tiene
ante los ojos. Tenga cuidado, sin embargo, de no bajar la vista al suelo; los
periódicos viejos que allí han sido extendidos podrían distraerlo igualmente.
Usted quizá ya sabe por qué.
Salvador
Elizondo: Farabeuf o la crónica de un instante.(fragmento)
Es invierno y
llueve, llueve mucho, no te vayas. Hace frío, hay nieve en los montes, hay un
vagabundo en el zaguán, hay un perro ladrando al final de la calle, justo en la
esquina donde te esperaba. Nunca he tenido perro, ni bicicleta, nunca he amado tanto como a ti te
amo. No te vayas, por favor, te regalare un pájaro, un canario, una oropéndola,
no sé, uno que cante mucho, que nos despierte al amanecer, que nos llene de
trinos que compensen nuestros silencios.
Llueve y entra
el frío por el balcón abierto, no, no te vayas. Ojalá quisieras besarme como
antes, aquella forma de cerrar los ojos y suspirar, el abrazo que seguía después,
el calor de tu cuerpo, tu desenvoltura sobre mí.
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