Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del peligro.
Me gustaba su generosidad y su ausencia de moral –parecían algo cercano a una forma ideal de vida- y también cómo se miraba los dientes en el espejo mientras hablaba.
(de “Quemar los días” –James Salter)
Se estaba quemando junio y uno a uno subieron los poetas al atril, modestos, ordenados, metódicos, vibraban sus versos, pugnaba su voz con el sonido del agua, la del acariciante sirimiri o la de los surtidores de la fuente, implacables en su húmeda cantinela.
Allí sentado con absurdo frío, escuchando desde las venas sentí el contraste, mi torpe expresión de cada día era indigna. Tenía ante mí el presente y lo malgastaba en huecos soliloquios complacientes sin esencia, sin sentido.
Entonces llegaron los aviones. Mirábamos al cielo para distinguir los colores de sus alas, por si eran enemigos. El sonido del bombardeo sobre Unter den Linden confirmó que sí. Corrimos al refugio.
No hubo tiempo ya para la poesía.
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