domingo, 20 de abril de 2014

M3



Escarbo bajo el musgo para saber si aún están escondidos el anillo de plata y el relámpago, los ojos abiertos de la niña que fue y la mariposa en el pelo de Gretel.

Si es que sí habrá merecido la pena, si es que no, también.

Nado hacia el sur, me dejo llevar por la corriente, el vendedor de cocos me ve pasar y sonríe, seguro que  se pregunta quién será ese pálido extranjero solitario.

No quiero llegar, el camino es ir, el resto es un regreso, no quiero volver, voy.  

El italiano flaco saldrá de madrugada con fuel y panes, con una luz en la proa de la canoa, volverá con un fardo, con dos. Nadie sabe, todo el mundo lo sabe, nadie habla de ello.

La cocinera lee un libro en el que busca a Dios.

Al atardecer el matrimonio francés vestirá de punta en blanco a sus cuatro hijos y descalzos pisarán la espuma del Pacífico, recorrerán sus bordes justo hasta que el sol muera, volverán con risas, con las mejillas enrojecidas de libertad y tortugas escondiéndose de las gaviotas.

Amanece pasadas las seis, el sol se oculta pronto, el resto es  noche cerrada con pájaros ciegos, perros solitarios y una única luz al extremo del mundo, de ese mundo.

Estuve allí.

Y eso hace que me sienta muy feliz.



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