Abdoulaye E (4)
Abdoulaye E está sentado en la
oscuridad de un pozo excavado al lado de un escaramujo*.
Grita y nadie le socorre, sus
lamentos se pierden en la tierra desierta.
Para no desesperarse imagina el
tacto de las uvas, dibuja en el aire caprichosos veleros al viento, ve con
nitidez aletas de peces misteriosos que surcan aguas turbias y llegan hasta él.
A su lado se acurruca el perro
que adivina el porvenir, el que lee las escasas estrellas que se ven desde el
fondo. El perro tiene entre las fauces un pájaro amarillo. Abdoulaye E está ahí
abajo pero su alma vuela entre las enredaderas y las flores que languidecen sin
luz.
Recuerda a la chica rubia, cuando
se amaron a tientas, sin saberse, imaginando el goce del otro, sabanas desnudas
para sus cuerpos desnudos. Ella tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer, él
palpitaba, torpe, ansioso, mitad animal que brama, mitad chiquillo que busca
sustento en la pleamar. Se tocaban, se trepaban, emocionados, se llamaban con
palabras infantiles, con osadas exploraciones en sus almas. Los dos gemían y la
bisagra de la noche ondulaba entre el ayer y el mañana.
También recuerda cuando sonó una
guitarra y entraron los hermanos, barbudos y furiosos, gritando. Le golpearon y
le tiraron al pozo. Ahí pena y llora. Nadie le escucha, solo el perro que
adivina el porvenir y ahora duerme.
¿Podrá salir?
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