Carta a una mujer que me ve correr desde su balcón.
Mujer inmune al tiempo que me ve correr desde su balcón, que me dicen que en tu trabajo se sientan al lado, enfrente, escritoras llenas de manías y magnesio, mujeres invadidas por imaginarios seres extraños, jóvenes ahítas de aminoácidos, melancólicas con libros de poemas bajo el brazo, jubiladas de vivir, adolescentes subiendo la cuesta de sus bajadas, curiosas novelistas atraídas por la magia femenina, exclusiva, encuentro de mujeres escritoras, vírgenes donostiarras, qué haces tú ahí que me miras desde tu balcón, que no me envías cartas con limón y tinta china contándote, diciéndote, agobiada en la proa de tus días de fatiga, -“Gozad bajo el sol y la lluvia en los días que os han sido concedidos. Todo lo demás no tiene sentido” – mujer construyendo símbolos para el prisma de mis ojos de corredor veterano que reflejan, refractan y descomponen esa luz de tu silueta en el balcón delante de ondulantes cortinas blancas, emoción que pinta mis días grises, líneas separando incoherencias y deseos, interminable gama de uñas desgarrando el indefenso envoltorio del que soy, fácil presa en mi debilidad, no el que corre bajo tu casa con placer en sus muslos, en su corazón, en su alma de no rendirse y seguir corriendo aunque el frío, la distancia, el dolor en un costado, el jadeo, la alegría de un día más en el sudor, en esta emoción por la fortuna de verte ahí arriba y saber que me miras ¿Dónde estás hoy?
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