sábado, 29 de junio de 2024

Se le quedó el amor entre los dedos




René Groebli. Tanz mit Zigarette. London, 1953

Se le quedó el amor entre los dedos y en los ojos la sombra de una tristeza constante.

Se definió a sí misma como ausente, deshabitada, lejos del mar, enlutada, sin te quiero en la lengua, sin esperanza de regreso.


Cómo quedé yo mejor no lo digo ahora, ya que entre buscar nombres, historias, migraciones y fuerzas, vergüenza, alegría, regular el contador de ausencias, comprar billetes, surcar mares, es que no tiene uno tiempo para nada, que después de Cádiz debajo de las cornisas protectoras del sol me pregunto qué hago aquí desgranando historias inverosímiles, que estas cosas no ocurren, tanta penumbra, tanto desamor, situaciones desgajadas de la nada, viaje a ninguna parte, caminos por el borde de imaginar lo que no ocurre, qué ocurrencia, a cualquiera que se le diga, con un delantal de carnicero, cortando en canal la res de las emociones, viendo crecer las amargas flores de la tristeza, el tiempo como un sacacorchos, morirse de tedio, el aburrimiento como una bandera, en mitad de la calle perros aullando a falta de otra actividad, heridas, sangre, esquelas, esa anciana al otro lado de la mesa, su mente vacía, llena de alzhéimer,  miro la página, la pongo del revés, vuelta y vuelta y me llevo dos, contemplo el blog, lo mimo, lo preservo, sustituye a lo que no (es una pregunta), en este tiempo de nubes es un truco de magia, una ilusión, cambio un post por un te quiero, silencio detrás de las paredes sin cuadros, marca de lo que hubo en el papel pintado, palimpsesto de palimpsesto, es decir lo que ya antes de antes de antes, inquietud, cobardía, el corazón en un frasco con alcohol, calor, color, la mirada un segundo antes del amor, los gemidos acallados por sus dedos, que nadie escuchara el placer prohibido y sin embargo, ay, que no sé qué hago aquí, en esta trainera blanca sin remos ni remeros, a merced del viento de la imaginación, entre olas, vivir en cuesta, entre plátanos y maizales, zarzas y helechos, acunando a los que vienen, dejando en el umbral lo que te dije, la caricia en el cuello, mis labios en su espalda, el cuerpo adormecido, no sabía querer y después no supe dejar de amar, senderos con culebras y mastines, caballos pastando entre la niebla, vacas blancas pintadas a lo lejos, quién soy y qué hago aquí y la respuesta se me queda en el estómago, como una mala digestión, la copa derramada en el mantel, el vino, ya no sé nada y solo queda resistir, no hay regreso al paraíso, el infierno es el hábitat natural, donde vivo, su espalda en la pared, mis manos hábiles, me he quedado ahí, te lo confieso, se me olvidó vivir, por eso escribo, etcétera, etcétera, etcétera.

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