En nada, primavera
Estar vivo es sentir.
Cuando en una noche de luna llena, paseando por la Isla De San Fernando, uno escucha una voz que canta dentro de una casa y se queda escuchando en mitad de la calle, ensimismado, con la cara bañada en lágrimas, sabe que está vivo.
Ayuda también la compañía y haber tomado dos manzanillas en la Venta de Vargas, claro, pero hay ahí algo tan hondo, tan de dentro, dentro, que uno se siente muy pequeño y muy afortunado.
Por eso viajo cuanto puedo.
Lo nuestro es lo mejor, como aquí no se vive en ningún sitio, comemos mejor que en ninguna parte, nuestra música es hermosa, nuestra gente es incomparable, nuestros paisajes son únicos, nosotros, lo nuestro, nosotros, yo, los nuestros.
He escuchado esto tantas veces, en tantos sitios, a tantos que no han pasado sus propias fronteras, las de su mente, las de su miedo, las de su distancia, que creo que me seguiré vacunando con los viajes que permitan mi tiempo y mi presupuesto, para escucharlo de norte a sur, de este a oeste, para sentirme libre, partícipe de un tiempo, habitante de un mundo que aún con pandemias, guerras, crisis y problemas es el que estamos obligados a mejorar, a dignificar, a llenar de verdad y amor.
Debe ser que en nada será primavera.
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