Oasis
Las cúpulas de los palacios se reflejan en el oscuro manto de la Ría. Ahí llegan los infractores del amor debido. Nadie les mira al pasar. Mantienen la cabeza baja por el centro de la calle. Esquivan los jardines y los jazmines, el sonido de los semáforos, el runrún del tráfico, los ciegos recostados en las esquinas. Con habilidad eluden los prejuicios como una roca negra, lisa, imposible de escalar. Caminan con las sienes desdibujadas por la obediencia, por lo correcto, el mundo es un paisaje nuevo habitado por personajes mezcla de pájaros y funcionarios con manguitos. Nadie despidió a los infractores del amor prohibido, nadie les recibe con palmas, con palomas negras, agitando hoces o abalorios, nadie sabe. Solo queda abrir las ventanas al caliente viento del desierto o ahogarse en un remolino del oasis descubierto apenas ayer.
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