De Pestaña a Dylan
Parker llegó a Dylan (Thomas)
desde Pestaña (Ángel) un librillo de propaganda política que le dejó una
niña/mujer a la que amó demasiado. Entre medio, en busca del tiempo literario
perdido, pasaron en tropel otros muchos autores, alguna que otra novia y
Cortázar (Julio). Olé. Pasó también lo de una roca no llora, una isla no
sufre, el desdén de un furriel, un listo
ilustrado, medio qué (no le dio dos hostias por su galón amarillo), las
pastillas para aletargar el dolor del corazón desprevenido, la ginebra en las
rocas, la gloria colgada de una percha, Neruda le prestó frases “como las
huellas de las gaviotas en las playas”, también “que me traigan mil bocas que
las beso” que cantaba en oídos temblorosos y aprender era lo suyo, lo esparcía
añadiendo una o a la odisea, que vergüenza, Holiday, ya, que lo dedujo Parker,
entonces, que Dylan Thomas era un señor normal, gastador, bebedor, deudor,
sablista, que escribía en galés y que su poesía era, como poco, rara. Eso.
Fragmento.
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