Un beso en la mejilla
Me invitó a su
casa para revisar un artículo que le iban a publicar en una revista de Bilbao.
Le di mi opinión, añadí algún dato, lo apuntó y ya. Nos
habíamos despedido, estaba a punto de abrir la puerta. Agur. Un beso en la
mejilla. Se levantó la blusa, me enseñó las tetas, generosas, tentadoras. Se
las miré con atención, quizás con deseo, una pizca. ¿Follamos?, le pregunté sin
demasiado entusiasmo. Otro día, me
respondió con un gesto que no entendí, se bajó la blusa y me fui. En el metro,
de vuelta a casa, pensé en lo ocurrido, más bien en lo no ocurrido. ¿Le llamo?,
¿vuelvo?
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