MDLS12
Gloria Grahame - 1954
La muchacha protegía su nuca de los hilos de
salitre que flotaban en la playa invadida de gaviotas. Caminamos sobre un
sendero de algas y a nuestro paso la espuma formaba arcos brillantes y húmedos.
Hablábamos y las palabras quedaron prendidas en las zarzas –giré la cabeza y
florecían-. Hablábamos y todo estaba dicho. Nos besábamos y el pudor nos
envolvió los labios. La
conocí, sí, y aún no he empezado, kilómetros de lluvia para un viernes, pensar
en ella mientras conduzco, ella al final de una autovía de camiones, cantando
en una ventana, mirándome desde una curiosidad que quiero concretar, bailando
de puntillas con una música de guitarras, presentida en sus cartas a otros, en
sus miradas a otros, en sus palabras a otros, dijo aire y contesté aviones, dijo I y contesté H,
nos dijimos tantas cosas y ninguna, no hizo falta. Ella. Al conocerla deseé tenderme a su
lado (vestidos, ¿eh?) y abrir los cajones de su cabeza, uno a uno, revisar sus
armarios interiores, saber de sus recuerdos, de sus miedos, de sus gozos, de
sus luces, de sus cuartos oscuros, quise abrirle las ventanas y dejar que el
sol entrase por sus cuartos. Ay, hacía tanto frío en aquella playa. ¿Lo digo?,
al conocerla, después, deseé tenderme a su lado (desnudos ¿eh?) y besarla en
cada herida, en cada cicatriz, en las grietas que le sorprenden, en los huecos
que la bajamar ha dejado en su historia; deseé hacerlo con tal lentitud que nos
iban a faltar horas para tantos besos, besos de pájaros, besos tiernos, besos
de niños sorprendiéndose el uno al otro en un almiar con luz de luna. Al
conocerla comprobé que era real, que
respiraba, que miraba tan dentro que sabía, que ataba con un cordel su
fantasía y la llevaba como un globo de los que daban los jueves en las zapaterías.
Después
nos despedimos y el milagro quedó ahí, creciendo, trepando por las ruedas de su
autobús, por mi autovía de camiones. Este
beso no puedo suplantar al que no nos dimos//
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