Una crítica bien intencionada.
Recibo
a cobro revertido, divertido –es decir que he pagado yo- un paquete que
contiene varios cuadernos de una escritora (¿?) que me presentaron recientemente
en una fiesta parroquial (el motivo de mi asistencia al evento merecería una
capítulo aparte, quizás lo cuente un día).
Me
advirtió que no es profesional (de la literatura) y que solo le guía el afán de
transmitir sus conocimientos, su esperanza, caridad y las hondas emociones que
quiere compartir y repartir por el orbe. Con todo, me pidió parte de mi tiempo
y de mi placer por/con la lectura para conocer/estudiar/criticar su extensa y
variada producción. Las cervezas y yo dijimos que sí.
Varios días después.
Para
los que no han leído su obra (es decir todos vosotros), empecemos diciendo que
eLe (vamos
a dejarlo ahí) es una gran escritora, fecunda, imaginativa, llena de
inquietudes, arrolladora en el estilo de Carson McCullers (+ o -).
Su
avanzada y noble edad, 23 años, le dan el punto preciso de madurez para abordar
los variados temas que desarrolla con su audaz prosa. Bien que se nota en ellos
su experiencia de vida, su riqueza interior, su dinámico ejemplo (!!).
El
recurrir a sus antiguos textos de adolescencia no hace sino reafirmar la
persistencia en sus convicciones; la validez de las mismas a través de los
años; la intemporalidad de una fe en el ser humano rayando en lo apocalíptico;
de un amor hacia los semejantes que se adapten a su tipología; incluso una
sutil tolerancia hacia aquellos qué, pobres, no piensen como ella (si es que
hay alguno, que no creo).
Es
admirable su afán. Después de semanas laborales de 60 horas, marido, hijos pequeños,
rosarios, misas vespertinas, perros que piensan y perdonan, futuras recién
casadas que se caen de las motos, hablar, reparar con las manos cercas de dos
metros de alto y besar con el corazón a todo lo que se menea, todavía tiene
tiempo, energía, interés, capacidad para escribir sus dulces consejos al género
humano, sus ingeniosas recetas tipo Cómo ser feliz en cuatro días, aunque
llueva, o el best seller No seas cenizo, hombre.
Me
gusta, como no, esa endiablada (uy, perdón) capacidad que tiene para conjugar
lo que en otros pudiera parecer un tono cursi, almibarado, ñoño, del siglo XX,
con el elegante saber hacer de su moralidad sin medida, ejemplar, de su
capacidad para la fábula con moraleja, como Iriarte, como Esopo. Con qué
ingenio de maestra de la escritura desliza con continuos guiños en su discurso
de orfebre delicado su presunta pertenencia a la secta de los elegidos,
de los tocados con la gracia del cielo sin nubes. Y apenas se nota ¡cuánta
sapiencia y elegancia en su voz tronante!
Obama,
el espíritu errante de Juan Pablo I, Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, el zar
de Rusia, María Sarmiento, Mortadelo, Joaquín Mallorquí, Leticia Sabater,
Rasputín, Bill Clinton, la becaria aquella, Trump, Manolo el del
bombo, Agustina de Aragón, Corín Tellado (maestra, amiga), Julio Iglesias,
Sergio Ramos, la abeja Maya, Marcial Lafuente Estefanía, Zinedine (Zidane),
tantos y tantos ilustres personajes, precursores, se dan cita en sus
palabras cálidas, hermosas, llenas de vida, de confianza en el futuro, de
fuerza sin medida, para que todos nosotros, pobres catecúmenos sin luz,
caigamos del caballo, como Saulo.
De
su mano fraterna, directora ejemplar, besucona bienintencionada, lider con la
antorcha a gas butano, caminemos sin desmayo por los páramos del haber podido
vivir hasta ahora sin haberle conocido, tras su estela de espumas, oh,
consejera magnífica. Abrazados a su carro ígneo, chapoteamos en la iniquidad de
este lodazal que es su ausencia, para poder llegar a la perfección del ser,
incluso del estar de su doctrina.
Me
libero de mis antiguas convicciones. Todo me sobra ya. Le regalo -soy así- mis
mejores bosques extremeños para que se pierda en ellos, para que en su
paz escuche los pajarillos, contemple a las hermanas bestias depredadoras,
huela las flores de la noche, se apacigüe en su sombra protectora.
Desnudo
como un recién nacido inclino mi frente, me baño en ceniza, me cambio el
cilicio, con golpes de pecho reniego de mi pasado y abrazo esa causa. Va desde
aquí esta emocionada admiración que alcanza, casi, la idolatría. Loor a eLe (digamos que quiere mantener el
anonimato, no me extraña).
Aunque
sé que no soy digno.
Amén.
Mi
consejo privado (ahora público) es: publica, eLe, publica, quizás las ventas no
estén aseguradas pero eso es lo de menos. Comparte ese corazón tan grande, esa
entrega a la humanidad. Escribes regular, pero eres un ejemplo de frescura, de
apaisada desfachatez, de honesta exposición de lo que hay ahí. Transmite mis
respetos a D. José María (el párroco, dile que un día de estos pasaré a pagar
lo que rompí)
P.
D : Cualquier parecido con la ficción es pura realidad.
P.D.
2: no me han vuelto a invitar en la parroquia.
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