Tripudium
No necesito arúspices escarbando en las entrañas
de los pollos ni en la harina de cebada. No me hacen falta sacerdotes adivinando en el tripudium, en la actitud de los reptiles, en el vuelo anómalo de ciertas aves. No quiero presagios
en los remolinos de los ríos, en el tintineo de campanillas, en los portentos, ni
siquiera quiero augurio de relámpagos. No necesito nada de eso, lo sé, te quiero, pero tampoco hay que ponerse así, joder, qué carácter.
Un jinete confiado, rodeado por pájaros de buen
augurio, al que se aproxima una Niké llevando laureles de victoria en este
kílix laconio de figuras negras, h. 550–530 a. C.
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