sábado, 3 de diciembre de 2016

Berlín Hildegard Knef

Revisar la bonoloto los lunes, billete no premiado, no me imagino que pueda tocarle a alguien. Grrr./Este es un blog de arte y ensayo, lento, no ocurre nada, hablar por hablar, las frases cruzan frente al espectador en una cinta sin fin, un libro sin página uno, sin final, circular, un rollo de palabras entrelazadas. Apenas hay personajes, hay un Yo omnipresente que exagera, miente, inventa, disfraza la rutina, engaña, es capaz de contar su propio parto por un halago. Hay sentimiento, claro, el del lector. Hay una clara divergencia en el trayecto entre la voz y el ojo. Hay un bostezo con bigotes sentado en el quicio del aburrimiento. Yo/Tú/Él/0/Él/Tú/Yo/. 


En las calles en las que se había derrumbado la fachada de alguna casa podían verse aún los cuadros colgados en las paredes de lo que había sido un cuarto de estar o un dormitorio. La actriz Hildegard Knef tenía la mirada clavada en un piano que había quedado al descubierto entre los restos del suelo de una vivienda. Nadie podía alcanzarlo, y ella se preguntaba cuánto tardaría en caer al montículo de escombros que esperaba debajo. Las familias garabateaban mensajes en los edificios derribados para advertir al hijo que regresaba del frente que se encontraban bien y que habían ido a alojarse a otro lugar. El Partido Nazi hacía pública la siguiente advertencia: “Los saqueadores serán castigados con la pena de muerte”. (Antony Beevor - Berlin, La Caida 1945)

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