Realidades y cambios.
Has cambiado, cuéntame lo que quieras pero has cambiado.
Me siento y te miro, (léeme como si no me hubieras leído nunca). Quiero hacerlo como espectador, sin implicarme, sin emoción, como un científico. Intento quitarme de encima la ternura pero me cuesta, me doy cuenta que mi mirada no puede ser neutral.
Pero me concentro y te miro (léeme de forma diferente a como me has leído hasta ahora). Trazo líneas, hago cálculos, mido intensidades, me aproximo a tus círculos concéntricos, peso números, intento dejar tu figura bajo el microscopio. Es imposible, no puedo, tu intensidad de mujer rompe los pronósticos, tu luz desborda cualquier intento de encasillarte.
Ahora me levanto y sé que ya no me miras, que no me lees (no sé si me has leído alguna vez, sé que te has leído), que apenas resbalas tu mirada por mi intensa producción de textos, músicas, fotos, vídeos, poemas, blogs, correos. Tampoco me extraña, soy excesivo. Has vuelto a tu ritmo, a esa cadencia de regreso a tu propia vida, a reencontrarte, sin interferencias, sin ataduras, sin condicionantes.
Lo entiendo. Armonizar idiomas es complicado. A veces hablas en un complejo dialecto de las montañas y me pierdo en los matices de la oscuridad. Por otra parte tengo el traductor universal y leo donde no hablas, lo combino con lo que dices y sale un discurso complicado pero claro, entre lo que sé y lo que debería saber, entre lo que me has contado y lo que has callado. O sea, respeto. Me inclino, abro mis brazos, después junto las manos y te entrego mi respeto.
Sin saberlo, o sabiéndolo, hemos entrado en un territorio nuevo donde todo, o bastante, está sin descubrir. Antes de dar ningún paso te entrego la seguridad de qué, por mi parte, mi sentimiento amoroso hacia ti es inmenso, fuerte, cierto, grato, lleno de luz y alegría, bello, agradecido y sin límite de caducidad.
A partir de aquí andaremos o nos quedaremos quietos, esperando. Será lo que será, no quiero perder nunca el privilegio de mirarte a los ojos y sentir que se me llena el corazón de dicha.
Ahora vuelvo a sentarme y te pienso (léeme hasta en los márgenes, como si me leyeras por primera vez).
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¡sʇәsәq
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