Elena,
Llegamos al mediodía.
El río
bajaba lento, melancólico, oscuro. En el balneario flotaba un olor a azufre. A
la tarde subimos por la empinada cuesta por donde discurre el camino de
Santiago. La Muralla nos
deslumbro. Llamé por teléfono a una amiga pero, casualidad, estaba en Coruña en
un concierto de no sé quién, lástima.
La
ciudad reía en cuatro calles, el resto era silencio.
Quizás
por el cansancio del viaje, a la noche no tenía sueño, leía un libro raro, de
un chino- A
mi lado Begoña ojeaba una revista con grandes fotos de bodas, separaciones,
comuniones de niños con sus caras emborronadas, señoras en sofisticados y
mínimos trajes de baño, señores con gesto altivo.
Mira,
sale una diseñadora de Bilbao, ¿la conoces?- dijo Begoña.
Una
entrevista de una página a una guapa mujer, sonriente, sentada frente a sus
creaciones de moda.
No,
no creo haberla visto nunca- mentí.
Elena.
Simulé
que seguía leyendo mi libro y miré la foto de reojo. Cuantos recuerdos. Tuvimos
una relación de varios años. Comenzó como una tierna y apasionada historia de
amor y terminó en distancia y reproches.
Hasta
mañana, que duermas bien- dijo Begoña.
Hasta
mañana- contesté..
Cerré
los ojos pero en mi cabeza se removían tantos y tantos recuerdos.
The Ordeal of the Bier (1881) Jenő Gyárfás
El
lago brillaba bajo el sol de julio.
Nos bañábamos a pesar que estaba prohibido,
un guarda vigilaba sus riberas, nunca nos pillaba.
Aquella
mañana fuimos allí un grupo de catorce o quince amigos. Alguien propuso una
carrera. -"Una cena para todos, pagan los que pierdan, llegar al
embarcadero"- . No se trataba de ganar o perder, era una cuestión de
honor. Dos chicas y cuatro chicos nos apuntamos, el resto esperaría en la otra
orilla. Se subieron en los coches y fueron hacia el punto de llegada.
Hacía
calor pero en la espera me estremecí, el agua estaba fría, o me lo parecía. Tú
nadas bien- me dijo Tito. No contesté, le llevaba varios años de cubalibres y
nocturnidad.
El
lago, de pronto, se había hecho más grande, la otra orilla estaba muy lejos, o
eso me parecía.
Desde
la comodidad del embarcadero nos dieron la señal de partida.
Salimos
los seis bastante juntos, al principio nadie se destacaba.
María
no era muy alta pero utilizaba los brazos con estilo, entrenaba con el equipo
de wáter polo del club. Jorge era socorrista en las instalaciones municipales.
La
experiencia en las travesías en el mar me ayudaba a regular la cadencia de los
movimientos, a no apresurarme.
Sagrario
me sorprendía, no conocía esa cualidad deportiva en ella, la tenía por una
chica volcada solo en lo cultural, nadaba bien. Javier era muy delgado y se
deslizaba como una anguila.
Me
empezaban a pesar las piernas y pensé que no había sido buena idea aquello de
la carrera.
Los
hermanos Germán y Tito todo lo hacían bien, jugaban al fútbol, a pala, al
ajedrez, esquiaban y, por supuesto, eran magníficos nadadores.
Llevábamos
la mitad del recorrido, seguíamos juntos, solo Sagrario se rezagaba.
Apreté
un poco el ritmo pero Jorge lo había hecho unos segundos antes, apenas pude
seguirle.
Levanté
la cabeza y vi que desde el embarcadero nos animaban con grandes gritos. Cada
uno tenía su favorito.
Elena
no estaba mirando, conversaba con aquel francés de Burdeos que había llegado el
sábado.
Seguimos,
la carrera se me estaba haciendo interminable.
Recordé
las veces que me había pavoneado en el Casino de mi capacidad en la competición
en piscina, de aquella carrera que gané en mar abierto, de los trofeos que
tenía en casa. También me acordé de la madre de aquel francés. Nadé más rápido.
Faltaban
unos cien metros, María, Tito y yo íbamos ligeramente destacados. Ya se escuchaban
las voces de aliento. Los tres movíamos los brazos como en una final de los
juegos olímpicos.
Tragué
agua y tosiendo seguí con más energía, no sé de dónde sacaba las fuerzas…
¿Te
pasa algo?, no paras de dar vueltas. Me has despertado.- dijo Begoña.
Lo
siento, no puedo dormir -dije.
Salí
al balcón, a fumar. A pocos metros se adivinaba el río bajando lento, oscuro, melancólico.
Resulta
que Elena era famosa, la revista elogiaba su trabajo como diseñadora de modas.
Tenía tantos y tantos recuerdos de ella. Me resultaba curioso que me hubiera
venido a la cabeza precisamente esa historia de la carrera.
Dos
horas y varios cigarrillos después volví a la cama junto a Begoña y me dormí. A
la mañana siguiente continuamos nuestro viaje.
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