domingo, 8 de febrero de 2015

Hombres.



“Presidiendo la mesa familiar ese hombre está mirando la televisión. Los informativos presentan imágenes de una guerra. Enfadado, busca en el mando a distancia hasta encontrar un programa de variedades. Sus hijos están comiendo a su lado, no hablan. Su esposa va y viene de la cocina, masticando, trae el agua, se lleva un plato, se sienta, se levanta, tampoco habla.”


Ese hombre lleva una pistola en la mano derecha. Le secundan otros hombres también armados. Se acercan a una casa en las afueras del pueblo. Con gritos imperiosos ordena a sus ocupantes que salgan. Salen dos familias. Lo que queda de ellas: ancianos, niños, mujeres. Les intimidan. Les forman en hilera contra la pared. Golpean a un viejo que les miraba. Entran a la casa y se apoderan de unos pocos objetos de valor. Un hombre alto, barbado, separa a una mujer joven y la lleva detrás de la casa. Se oyen sus gritos pidiendo auxilio. El hombre de la pistola camina unos pasos, se separa y abre fuego sobre el grupo indefenso. Sus compañeros le secundan. Los cuerpos se agitan ante las balas, se rompen, caen al suelo. Todavía resuena el eco de los gritos de muerte cuando vuelve el hombre barbado empujando a la mujer, sucia de barro, sujetándose la falda. Por la espalda, le golpea en la cabeza con la culata de su arma, dos veces. La sangre le sale por la boca mientras cae al suelo junto a lo que fue su familia. Algún cuerpo todavía se mueve. Luego los hombres queman la casa y se van. Ríen.



“Ese hombre está riñendo a su esposa. Le dice que es demasiado sensible, que esas cosas pasan muy lejos, que es gente rara, no hay más que ver como visten, como hablan, no se les entiende nada. Le dice que ese es un conflicto histórico, que esos pueblos siempre han estado luchando entre ellos. Le cuenta, otra vez, que su madre sí que lo pasó mal en la guerra civil. Le dice que se preocupe de la cena. Le pasa la mano por la espalda y se va al salón a leer el periódico deportivo. Sus hijos se pelean en el pasillo. Ríen.”


Ese hombre está dormido. Le despiertan las sirenas de alarma. En la oscuridad busca los pantalones, maldiciendo por habérselos quitado. Escucha aviones hacia el norte – están lejos, no hay peligro - piensa. Va al cuarto de sus hijos. Una explosión y en el segundo siguiente todo desaparece alrededor. Sus cuerpos quedan fragmentados en pedazos. Apenas han tenido tiempo de sufrir, de saber que han muerto. Los bombarderos siguen dejando su diaria carga diaria de destrucción. Los periódicos dirán que por un trágico error se han bombardeado objetivos civiles. Y sigue la tragedia.




“Ese hombre está en unos grandes almacenes, no sabe si comprarse una camisa con rayas rojas o azules. No acaba de saber qué color combinará mejor con sus corbatas. Está preocupado por esta cuestión. Se pone nervioso con estas cosas. Su esposa no le ha acompañado y es quién le aconseja. Esto le molesta -esta mujer no está nunca cuando la necesito-.”



Ese hombre ha salido a buscar comida. Con esperanza. El huracán le dejó sin nada. Los políticos que vinieron entonces no se acuerdan de sus promesas. El agua, el lodo, se llevó su casa con su familia dentro. Él se salvó, ni sabe cómo. A veces quisiera haber muerto. Reza, nunca fue demasiado religioso pero ahora reza. Los niños del poblado se burlan cuando le ven de rodillas.- El viejo se volvió loco - dicen. Él sólo quiere encontrar comida y agua. También busca alguien que le de trabajo por un poco de dinero, para buscar un techo, un mañana. Camina, con esperanza. A veces se para y reza, otra vez.





"Ese hombre está conduciendo rápido su automóvil por el carril izquierdo de la autopista adelantando a los demás coches. Tiene prisa, le espera un cliente. Sonriente, mira su rostro en el espejo retrovisor. Está satisfecho, los negocios le van bien, este año aumentaran sus beneficios a pesar de la crisis. Llamará a Marta para ir juntos a comer. Llamará a su esposa para decirle que no irá a comer. Recogerá la raqueta nueva de tenis. Elegirá un menú para el banquete de inauguración de la nueva oficina. Ese pobre hombre está inmerso en un sin vivir.”



Ese hombre camina por un sendero de tierra. No tiene la mano derecha y el muñón está envuelto en vendas ensangrentadas. Su cara tiene profundos cortes. A su lado un niño famélico, demacrado, mira a todos lados. Escuchan el ruido de un motor y se esconden entre las altas hierbas. Su piel negra tiembla y sus ojos trasmiten el pánico que les embarga. Pasa un jeep con cuatro guerrilleros muy jóvenes y un prisionero al que golpean sin cesar. Sus gritos se pierden a lo lejos. El hombre y el niño se levantan y corren en dirección opuesta.




“Ese hombre con un pijama de seda está tomando una cerveza. Se mira al espejo. Decide que no ha engordado demasiado. Y se toma otra cerveza.”



Ese hombre se inclina junta al cuerpo inmóvil que yace a sus pies y con un hábil movimiento de sus dedos le arranca un ojo. Después el otro. Los introduce en un frasco lleno de ojos que guarda en su mochila. Otros hombres, entre los cadáveres, le imitan. Sus botas van dejando huellas sobre la nieve manchada de sangre. Todos ríen.



Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y no nos dejes caer en la tentación mas líbranos del mal. Amén.


Tú y yo seguimos mirando esta pantalla.

1 comments :

Sofía Serra dijo...

Gracias, querido Pedro.

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