Breve historia censurada.
Estábamos tú y yo
sentados en la cafetería del hotel.
Fuera llovía.
Pedí un gin tonic, cebollas
y un plato de altramuces.
No sé qué es eso, señor-
dijo el camarero.
No importa- dije –
traiga una ración de perdiz escabechada.
El camarero se fue a la
cocina meneando la cabeza.
Te miré, tenías
alrededor de la cabeza una aureola, brillabas. Sonreías y nos besamos. Quise
subir a tu habitación pero los pasillos estaban ocultos detrás de la maleza y
decían que un tigre de ternura se había escapado en el segundo piso.
Fuera llovía aún más,
los servicios municipales de limpieza achicaban agua en los sótanos del alma de
las estatuas de próceres de la antigüedad apilados de mala manera.
Cerré los ojos y no
estabas. Me inquieté. Pasó un señor vestido de negro con un maletín en la mano
derecha. Pasó una señora vestida de rojo. Un hombre se hacía visible e
invisible a intervalos, como una lámpara fluorescente estropeada. ¿Dónde habías
ido?
Un WhatsApp: “ven”.
Y fui.
Tú estabas detrás de la
puerta 201, palpitante como una tórtola, desnuda como una reina, tan bella que
embriagabas mis pasos atropellados…
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El resto lo ha censurado
un anciano demente con un bolígrafo de colores.
2 comments :
Buenas noches Pedro. Anciano y demente. Un cuerno!, o tú lector es de marte. Me la voy a imaginar sin cesura...ale!!!
Encarna c, sin censura ¿eh? Pues no se casan pero ese anciano (que sí lo ha leído entero) podría contarte más. Un beso.
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