Inmóvil y clara
Joder- dijo ella mirándome a los ojos.
Me sorprendió esa palabra en sus labios,
insólita en su léxico, exclamación, no verbo. Imaginé una salamandra atascada
en su boca, asomando la cabeza y una pata entre sus dientes, un bicho repulsivo
con ojos de rabia.
Lo repitió varias veces, la última ante un
espejo.
Después su rostro se serenó y la tarde nos llevó
a un paisaje de hombres sin pies que reían mientras cortaban hierba con
guadañas afiladas, un niño cazaba con neblíes. Vino la noche y nos reclinamos
en la húmeda serenidad de lo imposible, reían las estrellas, recordé que aún no
sabía su nombre.
Y así, fue él quien por primera vez me dio la idea de que
una persona no está, como yo lo había creído, inmóvil y clara, ante nosotros,
con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es
una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un
cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones
que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias...
(El mundo de los Guermantes. Marcel
Proust)
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