Prefiero leerte cuando te entiendo
Ven hasta mí, belleza silenciosa,
talismán de un planeta no vivido,
imagen del ayer y del mañana
que influye en las mareas y los versos;
ven hasta mí y tus labios y tus ojos
y tus manos me salven de morir.
(Pere Gimferrer)
(Hola, hoy también estoy aquí)
Uno –iluso- cree que se inventa. Lo que dice
dibuja lo que es, quizás sin serlo, traza la silueta de su propio engaño y a la
vez su realidad. Acercamiento positivo, tocar el brazo de aquel con quien
hablas, tocar el alma de aquel a quién miras a los ojos, tocar el corazón de
los que escuchan, de los que leen “te quiero” dónde dice “voy a encontrarte por
todos los caminos”. Sin olvidar acariciar el cuerpo de esa persona tendida a tu
lado, naufragar entre sus muslos, escalar su espalda, nadar en el mutuo deseo
de ternuras y besos, de pasión hasta olvidar quién eres y ser ella (o él), uno
sólo y ceremonia de volver a meter los pájaros en sus jaulas, trampas y lazos,
gritar sus nombres debajo de las camas, engaños rojos para los canarios,
silbidos verdes para los jilgueros, simulación de papagayos, alpiste para los
colibríes que tocan con sus largos picos la superficie de la piscina en la que
me sumerjo mientras pasa un viernes perezoso y vacío de romanticismo, gris, con
un cuchillo clavado tras la puerta, alegría para el sábado, cita en un café
perdido entre calles, nadie nos ve, calla, no hables, dame la mano, dame los
labios, nadie nos oye, sí, háblame al oído, dime lo que me decías cuando aún
podía ver, ciego sin lazarillo cojo, sin medida, habitante de las cuevas del
Bierzo, no, sopla la brisa, bandadas de gorriones se posan en los tendales, y
un grajo, salgo a atraparlos con flautas y rumores, con mentiras. Luego saltó
la cuerda del reloj y nos avisó que este es un tiempo de otoño sin uvas, es
decir, abróchense los cinturones que enseguida empieza la fiesta del frío. La
primavera aún está lejos (aquí).
(Prefiero leerte cuando te
entiendo. Adiós)
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