lunes, 31 de diciembre de 2007

Adiós 2007


No nos alcanza el tiempo,
o nosotros a él,
nos quedamos atrás por correr demasiado,
ya no nos basta el día
para vivir apenas media hora.

(Cortázar)



Este es un post de transición, a caballo entre y hacia. Se acaba el año. Sin remedio. No quiero hacer balances. No sé. No tengo equilibrio. Sé como estoy ahora. Aprendiz de funámbulo. Apenas recuerdo como estaba en enero. Ni idea cómo estaré en febrero. Tengo la casa llena de flores, por el pasillo, los cuartos, hojas verdes por las paredes, enredaderas en los balcones, me salen lirios por las orejas, gladiolos por la nariz, es un momento vegetal. Se acaba el año. Otro. He conseguido aquí buenos amigos. Eso me hace feliz. Os envío a todos un tiesto con un rosal. Ponerlo en la ventana. En Reyes os mandaré una tableta de chocolate, negro. Pero hoy es un post de transición y solo dejo este recuerdo y un poema de. Podéis chupar el poema, comeros el chocolate y oler las rosas. También cambiar el orden, chupar el chocolate, comeros el rosal y oler el poema o cualquier combinación que se os ocurra. Se acaba el año y no hay remedio. Os deseo lo mejor. A todos.

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domingo, 30 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (11)









Esto va derivando hacia otra cosa,
es tiempo de ajustarse el cinturón:
zona de turbulencia.

(Cortazar)



Nocturna y solitaria lucha, lengua dolorida en añoranza, los pies en tinieblas de entierro. Brazos en cruz, lluvia de párpados, aúlla la noche que palpa el filo de navajas en celo. Saber decepciona. Viajar al extremo de una estrella, con flores de piedra, ríos infinitos, dioses burlones desgarran anhelos. Tiránica ley de gemidos, luna obstruida de pájaros estancados, perros que muerden sus alas marchitas. Recorrido eléctrico por estancias sucias, dolor de entrañas, lamentos de espinas. Saber es amargo. Esto no es un final, apenas he empezado, esta ha sido la metonimia de la sospecha pero aún no he aclarado gran cosa, algo busco en el centro de mi mismo, algo que explique y justifique, que de sentido, impulse, que acompañe el viaje hacia la nada. Últimos días de un sueño roto, puedo escuchar la risa bajo la tierra de la ausencia. Y los lamentos. Este es un tránsito hacia la lucidez.




sábado, 29 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (10)

Cuál es el signo de la impiedad? Él respondió sin dudarlo: “El hastío” (Mahfuz, en Ecos de Egipto)



Como noche tras noche soñando con su cara tan bella, su voz en mi oído, sus caricias, su dulzura, su mirada, su cuerpo que me turba, sus palabras, su sabiduría, sus errores, su constancia, su lucha, su sentido de la vida, sus recuerdos, su presente, sus proyectos, su trabajo, su distancia, sus lágrimas, su deseo, su pasión, sus labios, su mano en la mía, sus cartas, sus abrazos, sus emociones, sus sentimientos, sus renuncias, su historia, sus silencios que son uno sólo –el silencio-, su determinación, su genio, sus conocimientos, sus posturas, aquella mirada sorprendida al cruzarse con la mía, su paciencia, su resignación, su aceptación, su pecho donde dejé todos mis secretos, su fumar compulsivo, su tos, su cuello, la curva de sus caderas, verla sentada mirando al mar, verla de pie esperándome, verla tumbada, su sudor juntándose a mi sudor, su curiosidad, cómo me pegaba riendo, su paciencia, su calma, su cabeza saliendo entre las sábanas, su manera de caminar sobre las piedras de la playa, sus celos, su seriedad, sus suspiros, sus gemidos, sus miedos, su valentía, sus pómulos de india, su pubis, su nariz, su frente, cuando volvió de Argentina, de Turquía, de Londres –cada vez-, cuando no volvió, cuando se iba, Barcelona, Madrid, Valencia, cuando no estaba preparada, cuando lo estaba, cuando le tocaba y sentía en ella rumores de fuentes, cuando me abrió la puerta de mi mundo oculto, cuando me curó la ceguera, cuando me salvó, cuando me condenó, cuando fui otro, cuando toqué el cielo con los dedos, su pelo largo, su pelo corto, muy corto, blanco, caoba, negro, ella pintándose delante de un espejo, duchándose, orinando, dándose cremas, ella sentada en el suelo esperando que abriesen una corsetería, apoyada en la biblioteca, corriendo desnuda por la playa, en cada momento del tiempo que vivimos juntos, mi amor flotando en lo imposible, en lo inalcanzable, en el limbo de los sueños no conseguidos.
(Sigue)

viernes, 28 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (9)

Yo quería que el lector estuviera libre, lo más libre posible, el lector tiene que ser un cómplice y no un lector pasivo. La idea era hacer avanzar la acción y detenerla justamente en el momento en que el lector queda prisionero, y sacarlo de una patada fuera para que vuelva objetivamente a mirar el libro desde fuera y tomarlo desde otra dimensión. Ése era el plan. (Julio Cortázar – sobre Rayuela)


Desde el extremo de un trampolín arcaico, mirando la piscina, ahí abajo, salto del ángel con doble tirabuzón, miedo al choque con la superficie, con la realidad, vuelo y esta vez no con la imaginación, nadador de travesías por costas asesinas, ola arriba, ola abajo, ahogados en playas concurridas, la muerte no discrimina, está de moda morir, esta vez no era una ilustración de revista surfera, la mano agitándose entre la espuma como en un grabado antiguo, tantas manos pidiendo auxilio, siempre se lanzaba a la resaca, seguridad en sus fuerzas, o inconsciencia, brazadas por la marea, moluscos en las piernas, no había aplausos, soledad húmeda de mercurio, el que estaba en apuros en un extremo del cuadro, él en otro, respiración fatigosa, pesadez en los brazos, acercarse con palabras tranquilizadoras, como ahora, ha pasado demasiado tiempo de todo, todo está lejos, todo es ayer, todo recuerdo, no sé que hago enfrascado en esta absurda colección sin sentido si lo que quiero es estar con Ella, acurrucado entre sus brazos, volver al paraíso del amor, aunque ni siquiera sé quién es Ella, ni siquiera sé quién soy yo, escribiendo esta absurda retahíla en un tiempo de navidad con frío en el pecho, con decir una cosa y lo contrario, ¿sabes?, es un buen momento para hacer balance del año que se va, otro, coleccionar horóscopos, arcángeles disecados, alhajas de sentimiento alrededor del nudo en el corazón, aquí seguimos mirando el horizonte imposible, una línea se apoya en mi pie, el otro se apoya en una liebre que da vueltas en el fondo del ojo de un rey destronado sentado en un meteoro, fiebre de arqueros apuntándose los unos a los otros en una guerra dominical de egos inflados como peces inflados, con burbujas en columnas de a uno, dos pasiones, tres instantes de tedio, cuatro violonchelos encendiendo el miedo a dormir sólo, noche tras noche.


(sigue)

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jueves, 27 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (8)

Quiero escribir pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo:
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita sin cogollo.

(Cesar Vallejo).



Metonimia de la sospecha que se transforma en lucidez, lucha de Ceres y Venus, la colección de mascarones de Neruda en la playa Negra, aromas de tabaco verde, percepción que los relojes atrasan, las seis, las cinco y cuarto, luego las cuatro y media, luego las dos, horas de luto, ansia de larga duración, la idea constante de la mujer en un baño luminoso y vacío, barrera superada de encajes de Bruselas y corchetes, el agua deslizándose por su pelo, por su rostro, por su pecho, acariciando su sexo, ojos en las rendijas, observando, las enredaderas del deseo aprisionando sus piernas detrás de los biombos, las grietas de las paredes filtraban el sonido de un clavicordio, rubor en su oscuridad de mirón, flores rojas de Pascua sobre la mesa, perfumes de lavanda, de vetiver, el vaho de la ducha envolviendo el desconcierto por la piel desnuda, curiosidad adolescente, alivio compulsivo, sensación de culpa, de soledad, búsqueda del abrazo desatado, entrar en esa estancia de amor, miriñaques blancos, cintas de amaranto, largas faldas con botones de damasco en la cintura, flores de terciopelo rojo en los muslos, camisas con encajes, el fulgor de otra mirada, enfrente, alguien más miraba, un rival, un enemigo, quizás un criado, un noble, un hombre emboscado, el pequeño cuchillo imaginado en la mano, celos de niño malcriado, absurda propiedad de nada, código de un honor inexistente, tribunal sin jueces ni testigos, guirigay de sentimientos nuevos, descubrimiento de la dependencia de otro cuerpo, ser guerrero siendo mozo, luchar sin batalla declarada, ser enemigo antes de buscar alianzas, rendirse a la hermosura de una hembra desconocida, besos al mármol del baño, al aire, frustración del regreso a los estudios, a los deberes de muchacho aplicado,-¿qué haces aquí?¿me espías?- y la hermosa mujer pasa a su lado envuelta en toallas blancas, el pelo en un moño, los pies mojando las zapatillas bordadas en falso oro, un mohín de desprecio, orgullosa y cruel deja deslizarse levemente un dedo por el escote, el contoneo de las caderas ocultas por el tejido rizado provoca un incendio en las mejillas del joven que corre ya por los pasillos, avergonzado, vencido, no sabe que la guerra en su cuerpo no ha hecho sino empezar.

(sigue)


miércoles, 26 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (7)






Sus cenizas

orientan hoy mis pasos
y salto sobre ellas sin miedo.

(Luisa Castro)





Siguió la sospecha, una vez que la llave entró en la cerradura de la puerta principal y encontró las ventanas cerradas, se dedicó a prender el pabilo de cirios amarillos que iluminaron los cuadros con escenas de caza, con retratos de serios señores vestidos de gris, cornucopias y, en mitad del aposento, la cama con una mujer desnuda que se sobresaltó ante aquella presencia inesperada, tapándose los pechos, buscando su combinación de seda, una puerta, un arma, una huida del hombre que se acercaba con gesto amenazante. Por ejemplo, o. La mujer vestida de perfume, buscó su pijama mientras el intruso se acercaba. Detrás de él, fotógrafos, abogados, periodistas. Y ella, la otra, su pérfida rival. Supo que estaba perdida y afrontó el escándalo con una mueca de desprecio, con su cuerpo desnudo indiferente ante los flashes de los reporteros. O también.. El reloj del salón acababa de dar la diez. La mujer despertó a la cuarta campanada. Con ojos aún nublados de sueño, no reconoció aquella espalda, ni los largos brazos del hombre que yacía a su lado. Con un gesto pudoroso se cubrió los pechos y busco a tientas su ropa. No sabía quién era aquel hombre y mucho menos donde estaba. Bajo una jarra con agua en la mesilla de noche, dos billetes arrugados. Esas cosas. Misterios de la palabra escrita, trazos negros con florituras de mariposa, alianzas con la fantasía, rutina de los días con relojes, con horarios inflexibles, con cordones al cuello, con necesidad de creer que hay otras posibilidades, otros caminos, una mirada bajo la alfombra, flagelarse la espalda con escritos llenos de mentiras, de verdades imaginadas, de necesidad de inventar lo que no. Ilusiones. Lluvia de gallinas desbordando la tinaja bajo los agujeros del tejado. Alrededor de la cama caballos invisibles piafan y agitan las crines húmedas por el sudor, cocean a un imaginario caballero, trotan por las nubes formadas en los sueños de una mujer desnuda, dormida, abandonada sobre las sábanas negras. Desde la ventana, un hombre, real, la mira y en sus ojos baila el deseo. Al fondo suena un piano.


(sigue)


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martes, 25 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (6)

He visto que todo afán y todo éxito en una obra excita la envidia del uno contra el otro. También esto es vanidad y atrapar vientos.(Eclesiastés 4-4).

Una vez transcurrido el fulgor de la sílaba gutural queda la fragmentación de lo cotidiano, la mansa adecuación al deterioro físico, el músculo supeditado, Vía Láctea en láminas, frascos numerados, los goznes de lo oscuro girando en lo de después, tinta azul para un tiempo en el que las cunetas se poblaron de olmos de recuerdos, no se precisa un tratado de hermenéutica para interpretar estos difusos trazos de post rasguñados en la altiva garamond, a veces otras hasta aquel viernes en que el cielo estaba gris y las olas rompían con estruendo en las rocas bajo las propiedades del convento. La muchacha protegía su nuca de los hilos de salitre que flotaban en la playa invadida de gaviotas. Caminamos sobre un sendero de algas y a nuestro paso la espuma formaba arcos brillantes y húmedos. Hablábamos y las palabras quedaron prendidas en las zarzas –giré la cabeza y florecían-. Hablábamos y todo estaba dicho. Nos besábamos y el pudor nos envolvió los labios. La conocí, sí, y aún no he empezado, kilómetros de lluvia para un viernes, pensar en ella mientras conduzco, ella al final de una autovía de camiones, cantando en una ventana, mirándome desde una curiosidad que quiero concretar, bailando de puntillas con una música de guitarras, presentida en sus cartas a otros, en sus miradas a otros, en sus palabras a otros, dijo aire y contesté aviones, dijo I y contesté H, nos dijimos tantas cosas y ninguna, no hizo falta. Ella. Al conocerla deseé tenderme a su lado (vestidos, ¿eh?) y abrir los cajones de su cabeza, uno a uno, revisar sus armarios interiores, saber de sus recuerdos, de sus miedos, de sus gozos, de sus luces, de sus cuartos oscuros, quise abrirle las ventanas y dejar que el sol entrase por sus cuartos. Ay, hacía tanto frío en aquella playa. ¿Lo digo?, al conocerla, después, deseé tenderme a su lado (desnudos ¿eh?) y besarla en cada herida, en cada cicatriz, en las grietas que le sorprenden, en los huecos que la bajamar ha dejado en su historia; deseé hacerlo con tal lentitud que nos iban a faltar horas para tantos besos, besos de pájaros, besos tiernos, besos de niños sorprendiéndose el uno al otro en un pajar con luz de luna. Al conocerla comprobé que era real, que respiraba, que miraba tan dentro que sabías, que ataba con un cordel su fantasía y la llevaba como un globo de los que daban los jueves en las zapaterías. Después nos despedimos y el milagro quedó ahí, creciendo, trepando por las ruedas de su autobús, por mi autovía de camiones. Este beso no puedo suplantar al que no nos dimos.

(sigue)

Oscar Peterson


lunes, 24 de diciembre de 2007

Navidad 2007.

En un País de las Maravillas descansan
soñando mientras los días pasan
soñando mientras los veranos mueren.


(Lewis Carroll)

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad.
En este País de las Maravillas también.
Hoy no escribo, os estoy mirando –hola-.
Hoy no hay metonimia -o sí-.
Quiero desearos lo mejor -aunque no sé qué es lo mejor-.
Quiero compartir mi alegría -eso sí que sé lo que es-.
Como tengo mucha os va a llegar a todos a partes iguales.
Y un abrazo con todo mi cariño.
Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad -eso nos dicen-.



domingo, 23 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (5)

La mitad de las ocupaciones del hombre son funestas, la mitad de sus gestos, gestos de duelo. La muerte ha puesto ya su impronta sobre la vida. Esta está formada por una serie de actos incoherentes, sin finalidad, si no es la muerte, que, a su vez, carece de sentido.
.

Sigue la palabra como tentación, hablar para salvarnos, quod pro quo, escribirnos, leernos, a veces sentirnos, democracia de los blogs, liberarnos de las voces que nos aprisionan, redimirnos contando nos, justificando la distancia, agitando las fotografías como señuelos, los colores y poco más, poema a poema, historia tras historia, la misma, esto ya lo hemos leído antes y a otros y las Variaciones Goldberg y el dolor de su mutismo, la avidez de los cuerpos y las princesas que jamás leyeron “El astrágalo” de Albertine Sarrazin. B tiene miedo a bañarse en el mar porque de niña le asustó una ola. P guarda los cubiertos bajo servilletas de hilo en un cajón del armario de la cocina cuando hay tormenta, teme a los rayos. F es un misógino. FB tiene miedo a mirar a M de frente porque le intimidan sus amplios senos y sus caderas de paridora. JM dice que le gustan las jóvenes y se ríe. A es moralista y cuando habla te apunta con su dedo índice. C cree que es la mujer menos atractiva del mundo. P pensaba que a un momento de felicidad le seguía uno de dolor, sufría en sus risas. MY lloraba cada noche antes de dormirse porque pensaba que el mundo era injusto con ella. AM está preocupada por el paradero del alma de Hitler, teme que esté en el infierno. X lleva boina por dentro de la cabeza. S es seria y fuma demasiado. L siente marchitarse su lozanía. G es bella y ríe, no sé que hace cuando no. AG es artista. DB juega al fútbol. B es rencoroso. PM es anciano y bebe vino de Rioja. F es alto y pesca bogavantes. R es tasquero. I es asturiana y dulce. Justo antes de mi enfermedad un barco de bandera cubana encalló en la barra en mitad de la bahía, fotografías de un tiempo no demasiado lejano y sin embargo desde entonces ha pasado un mundo.

(sigue)

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sábado, 22 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (4)


En la teoría psicoanalítica lacaniana, se considera como registro de lo simbólico al área del psiquismo dedicada a procesar perceptos (estímulos) principalmente acústicos y también, a través de vías acústicas, estímulos visuales, táctiles, etc. para ser después reducidos a símbolos.
En el registro de lo simbólico se tiende en lo posible a transducir toda clase de información a unidades discretas del tipo signo (por ejemplo, significantes), por medio del proceso dialéctico de la metonimia/metáfora.(De Wikipedia)



Concepto del doble, otro, ser el que eres, espejo, su otro lado, Alicia, fascinado por la nimiedad, viejo intento de escribir una novela –no esto, no esto, por favor- en la que se mezclen un viaje a Lisboa, ráfagas de jazz, fragmentos de una historia que después se bifurcó, aquella ciudad con su estatua ecuestre, saudade, carreteras del Alentejo, Wayne Shorter, la lonja de pescado en Faro, la cama estrecha en la pensión en Alfama, luego la vuelta y ni siquiera habíamos salido. Detrás de los signos, de las metáforas, asoma una teoría de la lucidez, una vez que sabes no hay regreso, nada es igual, ya no se puede olvidar, el conocimiento nos deja en una cima de la que no se puede bajar, aire frío rompiéndose en los diques del alma, sin huella, las cenizas de los últimos años esparcidas por las cordilleras de días que sangran, sábanas huecas, no recinto del sudor después del amor, estampa fijada en el espejo del hotel de la plaza, un caballo pintado en la pared, supe, oh, supe, sé y el oxígeno de la lucidez se ha quedado en mis arterias hasta cegar un futuro indescifrable. Basta, pongamos en orden los misterios. No ocurre aquí nada extraordinario si descartamos que la improbable poiesis contenida encierra un latido, un pacto con las palabras desde el cuarto de atrás, hablo para ser, y viceversa, ella está ahí, leyendo, la escucho cuando se acerca con sus zapatillas de gato y Tobías a su lado. Clavo clavos de oro en la caja que encierra los rosarios, el cuaderno de sumas y restas, el fragmento de una noche, la imposibilidad de reinventar la magia de la mirada que convertía un sueño en la historia más bella después del diluvio de luz, cuando se abrieron las esclusas lunares y su cuerpo pudoroso se bañó al borde del pozo que nos tragó para siempre. El mármol del silencio sella la oscuridad donde yacen los recuerdos.

(sigue)

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viernes, 21 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (3)

Roman Jakobson, ha realizado una clara y concisa explicación de las relaciones entre metonimias y metáforas guiandose por las consideraciones estructuralistas de Saussure. Por otra parte el mismo Jakobson en el trabajo referido explica en parte la diferencia de ciertas afasias, metonímicas las unas, metafóricas las otras. Jakobson considera que la metonimia se relaciona con lo que el antropólogo James George Frazer ha clasificado como magia por contagio, y que la metáfora se relaciona con lo que el mismo Frazer llama magia homeopática, o imitativa. También Jakobson encuentra que los procesos de lo inconsciente, denominados por S. Freud «desplazamiento» y «condensación», son coalescentes o correspondientes a la metonimia y a la metáfora respectivamente. A partir de esto es que Lacan expresa que lo inconsciente está estructurado como un lenguaje, mediante procesos de tipo metonímico y metafórico. Según varios lingüistas la metáfora es una exageración de la metonimia.





Crecen las verdades como corteza y la hiel se ha disuelto, oh maravilla, mientras le envío mensajes sin respuesta -¿estás bien?, pregunto- y nada, desde entonces todo es nada, miro en derredor y aquí ya he estado, eso pensaba cuando la grieta del pecho no cerraba, no crecían flores en sus pezones mínimos, no buscaban mis dedos la húmeda certeza, sus labios entreabiertos, la mirada de niebla, nos amábamos sobre la hierba y en su pubis crecía el paraíso. L´emozione non ha voce cantaba Çelentano y ella se obstinaba, todo o nada, escogí nada y eso fue todo, volver a empezar, cambiar de llaves, la derrota me hizo esclavo, perdí la dignidad, Alcibíades amaba a Sócrates y si aún escribo así, aquí, es que no soy libre y te acompañe tu obsceno doble hasta el fin de los tiempos, amén.

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jueves, 20 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (2)

Wikipedia dice: La metonimia (del griego metha: «más allá», onimeia: «denominación») es un tropo o figura retórica que alude, como su etimología lo indica, a la translación de un nombre o translación de una denominación, es decir al 'sentido translaticio' -lo que vulgarmente suele llamarse 'el sentido figurado'-.


Justo ahora que comprendo que esto no es una elegía, no hay desesperanza, al contrario, brilla. No es usted sospechoso –dijeron- y eso me lleno de ira, me desalojó del diván en el que compartía el miedo y el asombro, los descubrimientos de otro sexo, las lecturas de Max Aub –lo primero que recuerdo de ti son las manos- y en realidad estoy cavando el foso donde enterrarme, a aquel/yo/otro, subiendo después este/yo/el mismo sobre la tierra amontonada y saltando al otro lado, allí donde aún no hay reproches, ni silencios y la punta del lápiz titubea ante tamaño espacio albo, ante la dimensión del todo, un nuevo mundo para inventar, faltarán nombres para tanto personaje, definiciones para los artificios, piezas para los artilugios que hurguen en la piel de la sensibilidad, entre los entresijos del aburrimiento, organizando carne y ropa, desnudez y florituras para hablar como otro, sentir como otro, ser otro sin haber llegado a ser uno, osadía pasando de puntillas por los límites, por la limitación, bostezos apenas ocultos por piadosas manos y soy un hombre Afortunado encerrado ahora en su box, blop, blog comenzando, quizás sin saberlo, la versión 2.0 de este sueño y la hoguera está encendida, pueden ustedes preparar sus puentes mientras sentado en una terraza, en Roma –amoR- escucho las 5 easy pieces de Scott Walker, enteras, prodigio de músico y mi paciencia.

(sigue)


miércoles, 19 de diciembre de 2007

Metonimia de la sospecha. (1)

Soy aquel que no quiso
recurrir al recurso del silencio
cuando ya no quedaban palabras por aquí.

(José Manuel Caballero Bonald)



Scherezade corre por los largos pasillos del palacio con el cordel de la imaginación enredado en los tobillos. Abre puertas, mira detrás de las cortinas, busca la historia que salve su vida esta noche. Sus pupilas están dilatadas por la belladona. La atropina y el miedo aceleran su ritmo cardiaco, teme el hacha del verdugo. Cierro corchetes de un tiempo invisible cuando en la mesa del jardín se posaban insectos de obsidiana y los tigres husmeaban el olor de las gacelas sobre las hojas mustias de otros días. Hay que encontrar el cuento que nos salve esta noche, que redima la doble mirada de nostalgia y futuro, con tristezas de agua detenida, con risas amarillas, con las horas volando sobre los nueve números que llevan a la voz de la ausencia. La voz como pretexto para llegar al ombligo y desde ahí al alma cautiva. Es decir la experiencia desvistiéndose de lo irremediable, de lo apocalíptico, de los bosques de pesadillas mientras con dedos de saqueador guardo debajo de la alfombra el descubrimiento de que John Dewey mantenía una concepción enteramente dinámica de la persona, que proponía la reconstrucción de las prácticas morales y sociales, también de las creencias. El travelling del vuelo sobre la playa en invierno lo he sacado de Fellini aunque el fragor del mar, el viento roto y las gaviotas estaban ahí antes de Nino Rota, antes de Laga.

(sigue)

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martes, 18 de diciembre de 2007

Puerto.


Anai etxen da ezküntü
bükatü niz oain joaitera
ene opilaren egitera
Pariserat banüazü

Oi ama Eskual Herri goxua
zutandik urrun triste banüa
adios gaixo etxen dena
adios Xiberua. (bis)

Pariseko bizitzia
lan kostüzüriaz bagiazü
bena berantzen zütadazü
zure berriz ikustia.

Oi ama Eskual Herria...


Hoy he vuelto al pueblo. Está casi desierto. Las barcas, alineadas, cabecean en la pleamar. Los gatos ni nos miran. Aquella ventana era la de Vicente y Charo. En aquel balcón se asomaba Iñaki. En esa piedra nos sentábamos cuando volvíamos de la romería de Aingerutxu.

Sopla un frío viento del norte. Desde esas escaleras nos tirábamos de cabeza al agua. Solo quedan dos barcos de aquella flota que ocupaba todos los bolardos. Ya no está el bote de Kepa. Ya no está Kepa. Ni Andrés. Ni Carmen. Ni mi madre sentada en el muelle.

Comienza a llover. Aquella casa era la de Begoña. En la de al lado vivía Mikel. Sigue el bar de Santi. Las redes están recogidas. La cofradía, cerrada. Seguro que desde las casas de arriba alguien vigila nuestro paseo nostálgico por los muelles.

Cierro los ojos y el pueblo se llena de siluetas, de olores, de sol de verano, de risas, de un tiempo feliz, pasado. Mi padre no bajará nunca más por esa sinuosa calzada. Abro los ojos. Un pescador rema para salir a txipirones. La mar está rizada.

Vamos –digo-. Y al subir la pronunciada cuesta dejo atrás tanto espacio de mi vida que hasta que pasamos Gernika no vuelvo a hablar.

El hermano se ha casado en casa,
he determinado ya irme;
me voy a París
a ganar la vida.

Oh dulce madre tierra vasca
me alejo de ti triste,
adiós a los de casa
adiós Zuberoa. (bis)

A fuerza de trabajo
vamos tirando en París
pero estoy ansioso
por volver a verte.

Oh dulce madre tierra vasca...




lunes, 17 de diciembre de 2007

De la lírica a la incoherencia.

Se quedaron callados y no supieron cómo empezar
el diálogo que era necesario.
Las palabras fueron las primeras en crear divisiones,
en crear soledad.
Esperaron.
Pasaban las páginas con la esperanza
De
que algo sucediese
...No hicieron nada.

(Mark Strand)


(Duda A: en primera o en tercera persona?)

Constancia de vida, fugacidad de los días. Levantarse y caminar, desembarazarse de los sueños rotos, de la avaricia de las ideas tantas veces repetidas, sacudir lo quieto, seguir adelante por los caminos de tierra roja de las duras semanas -lo de la alfombra es una ilusión-, domeñar el deseo de las plantas trepadoras, resbalar los dedos por el contorno que define lo que ya no. Controlar el vértigo del salto -¿vuelo insignificante?- que atraviesa el umbral sin retorno.

(Duda B: entienden lo que escribo?. Lo entiendo yo?)

Seguridad de muerte. Tiempo impregnado de placeres pretéritos, de recuerdos amontonados. Olvidarse de aquel que fuimos - el ojo reconoce la mentira-, negarlo antes que cante el gallo, tapiar las puertas fáciles, despejar el camino de malas hierbas, hilar lana y salir trasquilado, escuchar el sonido de nuestros huesos, atarnos a los obenques para evitar el mareo antes de irnos a pique. Escribir sobre el miedo para vencerlo, constatar que –de momento- se mueren los otros..

(Duda C: los otros son todos menos yo?)



(Todo mi agradecimiento para Claudia)



domingo, 16 de diciembre de 2007

Ceguera. (Versión 2 - Autoescopia)

Cazaba las gacelas de tu cuerpo.
Sangre en celo. Sus garras y mi cama.
Hoy nada. Todo. Sólo
la luna que está llena en mi ventana.

(E.P.Zúñiga)


Se levanta la mañana, melódica y afortunada. Dos gorriones se buscan en el suelo y juegan, sus alas levantan pequeñas nubes de tierra marrón que filtran el naciente sol inclinado. La tórtola zurea incansable en el tejado. Al traspasar el umbral sabe de la mirada cotidiana que le sigue. Una mujer al otro lado de la calle reanima la ausencia inglesa. Iluso, se abraza a la inconformidad de aceptar que pasea solo. Alisa los pliegues generosos de los recuerdos y se desvela sumergido. Quisiera sacar la cabeza fuera del pozo de la nostalgia. Inútil, el cuerpo se hunde, no distingue la cabeza.

Pero no hay tiempo para la pereza y mientras, camina tal cual hasta el centro del pueblo. Un fresco viento de poniente acaricia y esparce jirones de nubes por el cielo. El día brilla y relucen las piedras. Diría que hoy le miran sorprendidas, interrogativas. Quieren. Sí, quieren. Quieren saber. Quieren saber más y más con acerada curiosidad. Si pudiera dejar de no estar. Si pudiera ser luego. Si pudiera ahogarse en la lucidez de mañana. Si no fuera siempre demasiado pronto para que llegue ahora. Si no se obligara a vivir después, para acabar quedándose siempre empapado en relojes de antes. Esta lluvia de destiempos no cesa. Hasta las respuestas que ensaya son como caballos corriendo hacia atrás. Haga lo que haga vuelve a encontrarse llegando, renovando la salida.

Cruzan con él saludos. Piensa que las calles están llenas de hombres sentados a la orilla de la vida. Entrevé su caminar con la cabeza baja. Sin llegar a pensarlo se distrae. Dibujos de tiza en la pared, nombres dentro de un corazón, caras sonrientes, flechas, insultos a la autoridad, carteles con prohibiciones. Recoger la correspondencia, notificaciones del banco, cartas con propaganda, facturas. Y la espera retorna. Espera, siempre espera el mensaje que le salve. Cree recordar que antes de que se fuera a Inglaterra los caminos no eran estos laberintos.

Volviendo a casa le asalta la inquietud ¿Cuándo, cuándo fue? ¿Cuándo aceptó esta carne muerta? No siempre fue así. Hubo un tiempo en que habitaba un cuerpo vivo. ¿Lo sabía entonces? No, cuando lo supo era demasiado tarde. Claro, sólo ahora sabe que fue demasiado tarde. Entonces se ocupaba en contemplar sus hazañas. Para demostrarse que estaba vivo y así, ocupado como estaba en ser un héroe para ella, no llegó a saber que estaba vivo. Que lo crea, que ella lo crea, aún, aún... con qué fuerza aún desea que ella lo salve de estar ya muerto.

Al doblar la esquina un vértigo inesperado se apodera de él. No precisa levantar los ojos hasta la ventana. Esa mirada constante en la que se mece hoy lo arranca del soliloquio, de arriba abajo su cuerpo se desgarra. División que no admite apelación. Así, atisba con certeza que el riesgo es otra cosa. Que no había riesgo en sus hazañas de cuando se creía vivo en la otra escena. Maldita certeza que se planta erguida marcando inequívocamente la inutilidad de los laberintos y la dirección de la real sima que es preciso saltar.

Esa noche sueña con un viejo travestido, máscara femenina, en elegante traje blanco. Con voz obscena le llama para, cuando él le mira, devolverle una mirada de odio y desprecio. Este especular escenario onírico da cuerpo a una verdad que el escenario de la realidad desdibujaba. Sale de casa sin comprender aún pero sabiendo llegado el momento de concluir. No más, no más mirarse completando los cuadros ya sabidos. Camina rápido, justo al entrar en la estación su salto toma el nombre de canal de la mancha. No advierte un autobús que se aproxima, le golpea y le arrastra por el suelo.

En el hospital, Carmela, con paciencia, le acomoda entre las almohadas, le alisa las sábanas, le ofrece agua, una revista, le arregla el pijama, le comenta lo afortunado que es a pesar de esa pierna escayolada. Le mima más desde que hace tres años un taxi negro atropelló en Londres a su hermana pequeña. Jamás pensó que la muerte de su cuñada trastornara tanto a Daniel, nunca se había llevado bien con su hermana demasiado rebelde.

Desde su accidente Daniel se ríe cada noche con un viejo travestido. Los médicos no se explican que un golpe en la pierna haya llegado a afectarle la cabeza.


(Agradezco a C su intensa colaboración en esta versión)
Si has leído las dos versiones
¿Puedes decirme cual te ha gustado más?
Muchas gracias

Aquí.


sábado, 15 de diciembre de 2007

Ceguera. (Versión 1)

Él depositó el cántaro a sus pies,
con tembloroso cuidado, sabiendo
que la mayoría de las cosas se rompen”

(E. A. Robinsón)


Se levanta la mañana, melódica y afortunada. Dos gorriones se buscan en el suelo y juegan, sus alas levantan pequeñas nubes de tierra marrón que filtran el naciente sol inclinado. La tórtola zurea incansable en el tejado. Daniel sale de su casa y Carmela le despide agitando la mano desde la ventana. Al doblar la esquina ve a una mujer al otro lado de la calle y trata de adivinar si tiene algún parecido con Ana, no sabe si esta habrá cambiado de estilo de vestir durante su ausencia inglesa. La duda se abraza a la inconformidad de aceptar que ella no pasea ya a su lado por los pliegues generosos de los recuerdos que alisa y desvela, blanco pañuelo sincero planchado sobre una mesa de madera, sin mantel. Mirando al fondo de si mismo se ve sumergido, la cara fuera del pozo de la nostalgia. Ve el cuerpo, no distingue la cabeza.

No hay tiempo para la pereza y mientras camina hasta el centro del pueblo respira un viento de poniente que es fresco y acaricia, que esparce jirones de nubes por el cielo. El día brilla y reluce con ojos bajo la piedra transformados en ojos sorprendidos que dicen y preguntan, que quieren contar tanto, reconciliarse, saber todo, o parte, conocer, descorrer las cortinas de las horas o rasgarlas con afilada curiosidad y furia. Lluvia de relojes que no cesa, inundando este estar aquí, ahora, y no estar, absorber el aire lúcido que ahoga de tan puro. Recordar a Ana, sin cesar, llenándole de antes, siempre hay un antes y esto podría ser una pregunta como caballos corriendo hacia atrás, jinetes llegando de espaldas a la salida.

Alguien le saluda, alguno le sonríe, muchos se cruzan con él caminando con la cabeza baja. Las calles están llenas de hombres sentados a la orilla de la vida, justo allí donde comienzan a dividirse las aguas. Dibujos de tiza en la pared, nombres dentro de un corazón, caras sonrientes, flechas, insultos a la autoridad, carteles con prohibiciones. Recoger la correspondencia, notificaciones del banco, cartas con propaganda, facturas, nunca un sobre amarillo, rosa, nunca una carta con su nombre escrito con letra retorcida y nerviosa. Pasatiempo de los sábados, todos los días de Daniel son sábado ahora que se ha jubilado.

Mientras vuelve a casa por otro camino piensa que cuando se asimila el progresivo deterioro físico, un día se descubre la muerte, la propia, se asume el final. A partir de ahí uno pretende singularizarse; encontrar al otro; abandonar la tribu; buscar más allá de lo que hay, de lo que parece; trascender; pagar la deuda con uno mismo; ser el que eres; reinventar la vida; intentar salir del cotidiano y tedioso camino; constatar que las normas asumidas pueden modificarse, que nos hemos engañado con la rutina, con lo cómodo, con lo conocido; partir, abordar el riesgo, cualquier riesgo, incluso el de la soledad. Daniel no sabe si podrá cambiar todo esto evitando la colisión con lo que ha amado, con los que le aman, si podrá hacerlo sin poner en peligro lo edificado, sin hacer daño a los otros, sobre todo a sus hijos, a su nieto, a Carmela. Le parece complicado, teme que los días se llenen de fricciones, de uñas arañando la puerta de atrás, de tormentas y de cielos negros, un futuro desfasado. Al llegar, Carmela sigue en la ventana y Ana en su cabeza.

Esa noche Daniel sueña con un hombre viejo, se le aparece travestido, con un traje blanco, con la cara pintada como una mujer; le llama con voz obscena y en su mirada burlona hay desprecio y odio. Lo asocia con la muerte, tiene miedo y al despertar todavía está asustado. Sale a la calle con una pequeña maleta. Esa mañana no recoge el correo, deja atrás la plaza y se dirige a la estación. Está decidido, irá a Londres, no sabe donde vive Ana, solo tiene un número de teléfono, pero irá. No ha querido, no ha podido despedirse de nadie; no sabe si es un cobarde, un miserable o un valiente. Camina rápido con la sonrisa de Ana bailándole entre los ojos. Cuando entra en la estación no advierte a un autobús que se aproxima, le golpea y le arrastra por el suelo.

En el hospital, Carmela, con paciencia, le acomoda entre las almohadas, le alisa las sábanas, le ofrece agua, una revista, le arregla el pijama, le comenta lo afortunado que es a pesar de esa pierna escayolada. Carmela le mima más desde que hace tres años un taxi negro atropelló en Londres a su hermana pequeña. Desde entonces no es el mismo, jamás pensó que la muerte de su cuñada impresionaría a Daniel más que a ella misma. Ay, ella nunca se llevó demasiado bien con su hermana rebelde, con Ana.

Aquí


viernes, 14 de diciembre de 2007

Os pirilampos tremeluzian na relva.

La palabra humana es como una caldera rota
en la que tocamos melodías para que bailen los osos,
cuando quisiéramos conmover a las estrellas.

(Flaubert)


Aquí escribe el que tú imagines, una imagen construida desde el capítulo uno hasta el cuarenta y me llevo seis o doce o treinta habitaciones sin luz, como hondas mazmorras en las que duerme el miedo.

...Algún día
lo contaré
¿eh?...

Vagamente la estadística dice números, cuantos entran y de dónde, apenas nada, no quién, ni nombres, ni un apunte, un olor, un rostro, una caricia al leer, aquí he estado, garabato en la pared, trazos de tiza, lengua común para acercarnos, acequiero regulando el caudal, acróbata en equilibrio sobre una palabra, sobre otra, a la pata coja, guardabosque para que nadie entre o nadie salga, domador del afán de contar todo de golpe, paciencia que no habla de los equivocados, de los paseantes, de los miopes, de los que leen al trasluz, el otro lado, ese que no veo y desde donde se divisa un paisaje que no me pertenece.

Aquí escribe el que tú imagines, el que pintes desde los recuerdos y el presentimiento, desde las huellas aún no vistas en el pasillo al futuro a un aroma guardado en cajas con flores secas, caracolas y poemas en idiomas que cantan. Os pirilampos tremeluzian na relva.

Al final, nos estamos pintando sin vernos, lienzo en blanco o abstracta amalgama de colores, voces huidizas, viento encendido, nunca pasa el mismo río.

...No somos
esos

¿o sí...




Aquí.


jueves, 13 de diciembre de 2007

Cuento de fin del milenio.


“La tía Len me mostró los dibujos en espiral que había en la superficie de los girasoles del jardín, y sugirió que contara los flósculos que contenía. Al hacerlo, me señaló que se disponían según una serie – 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, etcétera – en que cada número era la suma de los dos que le precedían. Y se dividía cada número por el número que lo seguía (1/2, 2/3, 3/5, 5/8, etcétera), uno se acercaba al número 0,618, que se conocía como la divina proporción o la sección áurea, una proporción geométrica ideal utilizada a menudo por arquitectos y artistas” (De “El tío Tungsteno”. Oliver Sacks)

S y G se citan, furtivamente, bajo el farol de Artecalle.

Saliendo de un cantón, una marea de compulsivos bebedores de vino los atrapa, los engulle y los integra en incesantes visitas a bares y tabernas. Los tasqueros no se cansan de verter el morado líquido sobre los vasos que atestan los mostradores, de cobrar a los parroquianos qué, fanfarrones, sacuden monedas y exhiben billetes.

Separados, S apenas puede distinguir a G, mimetizado entre los hombres uniformados con largas gabardinas. S extiende los brazos para alcanzarle pero las conversaciones huecas, los diálogos de la nada le obligan a bajarlos. El gentío implacable los aparta y les incita a beber, a sorbos, amargos cosecheros caducados. El mal trago socava su voluntad, les estropajea la dicción, les deja los ojos rojos, el estómago revuelto y las piernas flojas.

Al llegar a la hucha junto a la hornacina de la Virgen de Begoña, S logra aferrarse al picaporte de una zapatería; desde allí soportando requiebros y burdos piropos consigue divisar a G acurrucado junto a un portal. Él también la ve y musita su nombre entre esa multitud tocada con boinas que les separa. Aunque el riesgo es grande, indiferentes al peligro, S y G se lanzan al runrún del centro de la calle forcejeando con rodillas y codos, con furia, con la mirada obstinada, fija el uno en el otro. Sobre los hombros de los bebedores, sus dedos se rozan, se tocan sus manos hasta que por fin, sus cuerpos se encuentran, se funden en un abrazo y se besan largamente. G grita un te quiero que retumba en los cristales, en las cortinas que ocultan a las comadres curiosas y entonces, como por un conjuro, los hombres con gabardinas hasta los pies se separan, se alejan, cabizbajos, se pierden por las bocacalles sombrías. Solo quedan las risas de los niños que juegan en los soportales de la catedral y los silencios de las mujeres colgando ropa en los balcones.

Dejando tras de sí una estela luminosa que resbala por los raíles del tranvía nuevo, S y G, de la mano, sonrientes, van en busca de su refugio victorioso.


miércoles, 12 de diciembre de 2007

.oicneliS


.alle arap eidan yos sesem somitlú sol etnaruD
.nídraj us a etnerf lobrá led odagloc ogiS
.ojaba azebaC

emrarim areiuqis nis odal im a asap anañam adaC
,ergnas ed etnerf al odnanell átse em eS
seromur ed sajero sal y oido ed nózaroc le

,selgni sal ne rolod led sámedA
sanaznam sal sadot odimoc eh em
.seip sim ed soded sol ertne nagac sorajáp sol y

.olucídir led le y oirbiliuqe led oditnes le odidrep eH
.sollislob sol ed sadenom sal odíac nah em es, omloc araP
.ralguj orto etnac el euq y ojab em sotse ed aíd nU






Esto es un poema.
Aquí está permitido
fijar carteles,
tirar escombros, hacer aguas
y escribir frases como:
Marica el que lo lea,
Amo a Irma,
Muera el...(silencio)
.

(Ángel González)



Durante los últimos meses soy nadie para ella.
Sigo colgado del árbol frente a su jardín.
Cabeza abajo.

Cada mañana pasa a mi lado sin siquiera mirarme.
Se me está llenando la frente de sangre,
el corazón de odio y las orejas de rumores.

Además del dolor en las ingles,
me he comido todas las manzanas
y los pájaros cagan entre los dedos de mis pies.

He perdido el sentido del equilibrio y el del ridículo.
Para colmo, se me han caído las monedas de los bolsillos.
Un día de estos me bajo y que le cante otro juglar.


martes, 11 de diciembre de 2007

Lo ritual y el escenario.



Pone las manos sobre la mesa, las palmas hacia arriba, de ellas brotan petirrojos en círculos, colibrís y zorzales que silban y gorjean, melodía de pájaros en celo, cantos y vuelos antes del encuentro con ella.
Siempre ella detrás del poema, inspirándolo, llevándolo en la punta de los dedos, esparciéndolo sobre recuerdos que no se marchitan, momentos perennes, cuadros animados en las noches largas de no dormir, carrusel que gira y le marea, obstinación absurda.
(Esto ya lo ha escrito. Algo parecido. Es mentira. Aunque se desgarre la voz. Emborrona los papeles. Abre los dedos y se escapa el agua en versos poco lúcidos).

Pero,
ahí,
el poema.


Regresa al paraíso inverosímil de la habitación más suya, allí donde se escondía de los símbolos opacos y las realidades, de las miradas y las metáforas, de los sueños ahogados que flotaban en la marea perezosa y sucia del no olvido.
Armarios cerrados. Ventanas abiertas. Pasado tenaz. Lluvia de años. Devoción por la belleza. Acuarelas de sueños sensibles. Huellas en el barro. Vitral del tránsito. Lección de rencores.
(Vuelta al ayer. Quizás el hoy es el que miente. O todo esto es un truco, un juego de manos. Es un saltimbanqui de emociones que se esconde tras el embozo de aquello que domina, la nostalgia).

El poema se obstina y rasga la blancura.



Pongo las manos sobre la mesa, las palmas hacia abajo, de ellas brotan sonidos repetidos, una aburrida canción de sueños rotos, voces irritantes desde el mostrador donde se acodan los borrachos del pueblo. Tengo una medusa dentro de la cabeza, apenas razono, siento.
Ella no necesita versos ni huecos cantos de pájaros, la voz acaricia cada instante de su disfrute, vivir a su lado es brillar. Generosa, tolera mis juegos de inventar sombras, no se inmuta, me mira desde una torre de optimismo, tolera mis idas y venidas con la distancia de lo más cercano, de lo íntimo. Ajena, sabe, de ese conocimiento fluye lo cotidiano, el aire, el camino que compartimos, la luz.
(Esto no lo había dicho. Construyo aquí un horizonte paralelo del que creo sólo lo increíble. Dibujo el viento y bebo el rocío, camino sobre líneas torcidas y duermo en una esquina de lo irreal. Sueño)

Ella
es
el poema.




La canción del presagio.

Es profeta
hasta el junco
hasta el agua y la noche:

que me estoy muriendo.

Oh, amor, aguja de reloj
congelada en mi fuego,
sólo
soy
un sonido de luna,
y te llamo y te escucho
en el eco
del llanto.

que me estoy muriendo.


Manu Cáncer, poeta contemporáneo nacido en Bilbao donde vivió su infancia y su primera juventud.
Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Deusto, carrera que nunca ejerció. Después de recorrer varias ciudades españolas, se estableció en Madrid.
Su primera obra poética «Grita», fue publicada en 1980 y luego siguió trabajando con diversos estudios poéticos entre los que sobresale «Blues de todos los jueves».

(Ciértamente era un presagio, Manu murió en Madrid. Sirva este recuerdo como homenaje al joven poeta que conocí)

lunes, 10 de diciembre de 2007

Hotel Cumberland.


Intermedio.

Entre una imagen tuya
y otra imagen de ti
el mundo queda detenido.
En suspenso. Y mi vida
es ese pájaro pegado al cable
de alta tensión,
después de la descarga.

(De "Lógica borrosa" 2002)

Chantal Maillard

Daniel ha viajado con su familia, una visita turística a Londres. La ciudad le trae muchos recuerdos.

Después del museo Británico, de la galería Tate, del subir y bajar del autobús panorámico y caminar de un lado para otro, esa primera noche, a pesar del cansancio, no puede dormir. Decide ver la televisión, sesenta canales, no sabe en cual quedarse. Escoge un combate de boxeo, campeonato mundial de los ligeros entre Erik Morales y Manny Pacquiao. En el tercer asalto le vence el sueño. De pronto, entre los espectadores, en las primeras filas, cree distinguir el rostro de Ana, su mujer. -No puede ser, está a mi lado –piensa. Mira bien y sí, es su esposa o alguien que se le parece mucho, está junto a un sonriente hombre moreno con traje gris y pelo engominado, ella también sonríe y grita a los púgiles. Asombrado cambia de canal, una película de época, atildados caballeros con bigote y damas primorosamente vestidas; también Ana está allí, seguro que es ella, con una larga falda, arreglado moño y rictus serio, se expresa en un correcto inglés y se aleja caminando por la verde campiña. En otro, una Ana canosa explica en italiano como preparar una tarta de almendras y piñones. No, no es posible –piensa- debe ser el ajetreo del día- y acaricia los pliegues de las sábanas sobre la cama. Otro canal, una película X, el protagonista, hercúleo, penetra acrobáticamente a una rubia escultural que gime con escándalo y que resulta ser Ana, con una cara de placer que él no ha conocido nunca. Asustado apaga la televisión y tira el mando a distancia contra la pared. A oscuras se da una ducha, toma un orfidal y vuelve a la cama a intentar dormir.

A la mañana siguiente, mientras preparan las visitas del día, en el desayuno, decide no contar nada a su familia. Cuando se levanta a buscar un zumo, sus hijos comentan – Pobre papá, cuánto añora a mamá, que mal lleva la viudez-.


domingo, 9 de diciembre de 2007

Sabes que te escribo

Quiero llenar de barcos la luz de la mañana, quiero amueblar de bosques el vacío entre las gentes, no sé con qué materia, con qué tropel de cosas poblar esta distancia, habitar los andamios. Ya que todo está lejos, quiero que, cuando menos, el aire no esté en vano agitando ventanas, sino que lleve y traiga, que tenga una tarea en que ocupar su tiempo, que tanto nos olvida. Está el cielo dormido, color de telegrama, y habría que despertarle, telegrafista enorme, para que su memoria, que sabe las estrellas, nos trajese un mensaje, vestido de cartero. (Francisco Umbral)



Sabes que aún te escribo porque no puedo besarte en la nuca, tan blanca, justo donde nace tu melena que todavía no sé bien de qué color es. Te escribo porque no puedo morder tus labios, porque que no te puedo acariciar la espalda y perderme entre tus piernas. Te escribo porque no puedo abrazarte mientras mi corazón se desboca, porque no puedo deslizar los dedos mojados con lágrimas por tus mejillas. Te escribo porque mi voz se rompe, se desangra en confidencias que ya no, que han caducado. Te escribo porque no puedo tocar tu cuerpo esquivo, porque no puedo rozar tus costados que palpitan aunque tú no quieras. Sigo escribiéndote, todavía, porque sé que tiemblas cuando me ves (aunque te dejarías cortar un brazo antes de reconocerlo), porque en tu interior no has podido desterrar –como yo –el amor-.
Te lo canto, te lo digo otra vez, lo repito justo hasta el borde de la reiteración absorbente.
Sé indulgente ya que no quieres practicar conmigo ninguna otra de tus virtudes.
Y gracias.

sábado, 8 de diciembre de 2007

P´allá.


Molde de la estrecha vía,
dos hileras luminosas.
Presidenta de las rosas,
viene la Virgen María.
De plata y de pedrería
lleva las andas repletas
y, a su paso, las saetas,
para mas lujo y derroche
se van clavando en la noche
constelada de trompetas.

(Lorca)



Este espacio no sale de la nada, es un capítulo, el veinte al menos, o el 2.0, es un escalón aunque parece una cuerda tendida sobre un abismo de equívoco en el que no se sabe dónde está sujeta, si de un clavo en la pared o alrededor de un árbol sin frutos, de hoja perenne, de resina pegajosa en el que no hay que buscar la sombra.
Hay en quién lo lee, un hábito de flores. Transparente, le veo al trasluz como a esas hojas del magnolio del parque con las que, de niños, inventábamos barcos, carreras, juegos. Le envío un abrazo de palomas, una cesta con certezas, el anillo que encontré en el fondo de un lago y esta mirada justo antes de subir al tren de siempre, el que paraba en la estación del desierto. La memoria se confunde con la palabra y juro que yo estaba allí, por eso lo cuento.
Aunque adoptar un personaje es divertido, no he querido utilizar ningún seudónimo. Glup 2.0 es el nombre de la página. Respeto a quién firma con otro nombre, es cómo interpretar una obra de teatro. Cada uno es consciente de hasta dónde quiere llegar. Siempre que sepas los límites y que te impongas unas normas se puede asumir. A veces lo envidio, disfracémonos, esta siempre ha sido una época dura para los amantes furtivos. Los cazan en todas partes. Esposas despechadas. Maridos en la ruina. Novias sacrificadas en el bosque del deseo. Novios consumidos por aterradores incendios prenupciales. Los que observan entre las ramas. Sin hablar de los coleccionistas de idilios, de los que cambian estampas a la puerta de las iglesias, de los que entran, de los que salen. Y el cura esperando nuestra confesión. Estaremos vigilantes. Seguimos leyendo. El que es buen lector sabe qué escritos están donde deben estar y los volanderos. Este hueco durará lo que dure. Mientras estemos ahí y aquí vamos a seguir pasándolo bien. Y divirtámonos, mucho. Al final se trata de eso.

Hoy salió así.



viernes, 7 de diciembre de 2007

En Bilbao.

No esperar de la vida para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir.
Yo no estoy muerto, estoy enamorado.

(Bioy Casares).


Quién nunca ha estado en Bilbao, o no la haya visitado desde hace tiempo, puede pensar que es una ciudad gris, triste y fea. No lo es, en los últimos años Bilbao se ha convertido en una capital luminosa, alegre, risueña, tendida al lado de la ría que sube y baja, que se mira en el reflejo del Guggenheim, que se llena de puentes y jardines, de barrios que crecen por las montañas que la rodean.

En uno de estos barrios me ocurrió. Sentado en un banco de los jardines sobre la calle Miravilla, mi mirada se perdía hasta el Abra, resbalaba por el monte Artxanda y al girarme para observar los bloques y bloques de casas edificados en los terrenos donde estaban las antiguas minas de hierro, la vi. Me miraba, eso me sorprendió, desde que Sole me dejó -por triste, dijo ella- me había vuelto invisible ante las mujeres, o eso me parecía.

Para mi sorpresa se acercó sonriendo y empezamos una conversación sobre esto y aquello. Me dijo que vivía en esa zona desde hace unas semanas y que no conocía a nadie. La invité a tomar un café en un bar próximo y seguimos hablando, sobre todo de literatura. Rosa –así se llamaba- escribía poemas, le gustaban Valente y Gamoneda, también algunas cosas de Neruda y Benedetti, el Borges poeta. Era bella.

Me invitó a subir a casa para enseñarme sus obras de arte y al decirlo su rostro brillaba. Al entrar en el piso me agradó la decoración, el buen gusto al escoger los cuadros, la biblioteca repleta. Las cortinas oscuras creaban una penumbra agradable. Ponte cómodo- me dijo- ahora vengo. Me dediqué a curiosear los libros alineados, entonces volvió Rosa, desnuda. Me quedé tan sorprendido que no supe reaccionar. No des la luz –dijo- mientras comenzaba a besarme, me quitó la corbata, la chaqueta, los botones de la camisa uno a uno, me hablaba con una voz tan dulce que pensé que hasta entonces yo había vivido en otro país. Tócame, ámame -decía-. Y a eso me dediqué con todo mi deseo, con el ansia de meses, con la torpeza del neófito, con la entrega del obediente, con la cautela del inseguro. Acaricié su cuerpo con lentitud, demorándome en su espalda, las caderas, los muslos. Besé su cuello, la nuca, los pechos, sus pies. Ven -susurró- y entré en ella y sus suspiros. Fue intenso, tan bello que empezamos de nuevo. Después, en la calma, mis dedos siguieron tocando su cuerpo aún estremecido. Entonces fue cuando lo noté, unas marcas bajo su axila derecha, varias, profundas. ¿Qué te ha pasado aquí? – pregunté. Cambió su cara, se puso seria. Vístete- dijo- vete. Me empujó hasta la puerta sin hacer caso de mis protestas. No esperé al ascensor, bajé por la escalera, busqué mi coche y volví a mi casa sola y silenciosa. Allí me senté a fumar cigarro tras cigarro, confuso, sorprendido, triste después de haber amado.

Han pasado unos días, he regresado a ese barrio tratando de encontrarla. En mi confusión ni siquiera le pedí el teléfono, no recuerdo la calle ni el número del portal, todas las casas me parecen iguales. La he buscado, he preguntado por ella, nadie la conoce. Estoy preocupado, creo que me enamoré, creo que estoy enamorado. Pero sobre todo está lo de las marcas. ¿Y si...? la cuestión es que desde entonces apenas puedo dormir, que estoy nervioso, inquieto, desasosegado.

Por eso si alguien viene a Bilbao – ven y cuéntalo- puede encontrarme en el mirador sobre la calle Miravilla, de espaldas a mi ciudad, escrutando cada ventana, cada mujer que se asoma, cada señal de mi cuerpo, cada latido aprensivo, infeliz, lleno de miedo, enamorado. Aún.


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