Pascal Quignard
Me gusta mucho Pascal Quignard.
De dos de sus libros dice Javier
Almodóvar:
/En sus tratados (si es que se
puede llamar así a El sexo y el espanto y Vida secreta, dos obras de gran
unidad temática y estilística) el lector de Quignard asiste una y otra vez
sorprendido a la reflexión en marcha de un yo poético que maniobra su ejército
de palabras con la valentía y la confianza de quien, conocedor de sus
posibilidades creativas, prescinde del manual de táctica literaria. Asistimos
al despliegue de una escritura que reflexiona, investiga, recupera, asocia,
juega, rodea, propone, argumenta y concluye hasta que ambos, texto y lector,
sucumben a la fulguración que causa el hallazgo de un aforismo tan certero como
inesperado, hasta la epifanía del conocimiento –mejor sería decir reconocimiento–
encarnado en una palabra cuyo sentido originario ha sido iluminado,
desenterrado, redescubierto, restaurado. Se trata del reencuentro con el hombre
antiguo, con su conocimiento y su sabiduría; un saber más verdadero que aquel
del hombre moderno –que vive atrapado dentro de lo social–. La obra de Quignard
es una exploración en busca del evasivo desfiladero que lleva del significante
al significado: “El hombre es una mirada deseante que busca otra imagen detrás
de todo lo que ve [esa imagen originaria que nos falta]”. Hay que perseguir
aquello que antecede al lenguaje, ese algo trascendente e inaccesible que el
lenguaje quiere atrapar y que constituye el único objetivo legítimo de toda
escritura verdadera: “No podemos pasar por alto lo preverbal y lo prehumano
sobre cuyas espaldas eso que los griegos llamaban lógos y los romanos ratio, y
eso que tanto griegos como romanos llamaban ego no son más que moscas”.
Imposible de alcanzar, el narrador ha de medirse con ello. Y sin embargo, este
esfuerzo titánico está amenazado por la trampa del lenguaje: una vez que el
lenguaje ha nombrado, se vuelve obstáculo para alcanzar aquello que nombra,
como la lava que “incesantemente empuja, incesantemente desordena,
incesantemente aterra. Pero incesantemente se petrifica de inmediato al
contacto con el aire libre. La lava tapa su acceso a ella misma, se petrifica
en las obras, se academiza en el lenguaje, se ennegrece y se opaca al secarse.”
Lo que propone el narrador se acerca a lo musical: lo significativo no es lo dicho;
lo significativo es el momento preciso en que el sentido se insinúa por
mediación de la palabra: “Sufrir la acometida de la visión, hacer el viaje no
es lo esencial del arte: hace falta esa pizca de valor adicional para regresar
y anotarlo”. Y para ello “Todo artista debe acceder a perder la vida”./
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