En el pozo.
"El cura sólo aludía a Dios de forma muy
imprecisa, en unos términos que hacían que Dios pareciera un diseño y una
fuerza, pero también un poco indiferente a nuestros destinos y por lo tanto
imposible de adorar. Como un sistema ferroviario. Te podía llevar adondequiera
que te dirigieses, a cualquier sitio. ¡Una empresa de transportes! Sin embargo,
no estaba dispuesto a corresponder a tu devoción con amor."
Lorrie Moore
Al
pie de la escalera
"Me gusta que no hagamos las cosas que no
hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a
nuestra cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos
tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en
nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a
los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos,
su resplandor alcanzase nuestros cuerpos. Me gustan las guías de viaje que
hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y
museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan
los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por
venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con
reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores
atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender
el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios
esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan
todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo
que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las
cosas que no hacemos."
Andrés Neuman
Hacerse
el muerto
En Castilla arden los campos de cereales, fuera o dentro, no recuerdo dónde lo he escuchado, una pena borbotea en el jarro bajo la fuente de la plaza, lugareños con sombreros de paja mirando a las lagartijas que suben por la pared del cementerio, el cura vociferando en el púlpito y el río se ha evaporado de cangrejos y verde. Aquí no llegan aquella cartas que caían como lluvia aunque ya no llueve, lástima, justo ahora que he aprendido a leer las letras borrosas, la sintaxis extraña, la tinta diluyéndose en papel portugués, saudades de verano, nostalgias de otros veranos Ahí fuera está el mar, azul a ratos, negro otros, fuera o dentro, escribo sin pararme a ver/leer qué demonios quiero decir, si quiero decir o si esto es solo cumplir mi absurdo empeño de seguir aquí. Lo último.
He vuelto a buscarme y hoy tampoco estaba.
¿Sabes? He comenzado a preocuparme. Después de mirar por los rincones, bajo las
alfombras, en los cajones de los armarios, sé que no estoy. Quizás he salido y
no he regresado, sigo de viaje, un viejo de viaje, merezco una reprimenda por
no avisar, por provocar angustia con mi ausencia. Fortuna dilapidada, durante
una época fui nadie, ahora soy menos, invisible, no estoy, no soy, esta es una
voz surgiendo de las sombras de lo cotidiano, del alimento que envenena con
efervescencia.
Miento, este que habla no soy yo.
(Se apaga la luz, salen los gnomos, desconectan los monitores, cesa el runrún de los ordenadores y las salamandras juegan en el fuego, a espaldas de la noche. No somos nada. Quisiera no haber escrito esto)
Franz Kafka, 1914
Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un hombre del campo y le pide ser admitido en la Ley. Pero el guardián dice que por ahora no le puede permitir la entrada. El hombre se queda pensando y pregunta si le permitirán entrar más tarde. «Es posible», dice el guardián, «pero ahora no.» Viendo que la puerta de acceso a la Ley está abierta como siempre y el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para mirar al interior a través de la puerta. Cuando el guardián lo advierte, se echa a reír y dice: «Si tanto te atrae, intenta entrar pesé a mi prohibición. Pero ten presente que yo soy poderoso. Y solo soy el guardián de menor rango. Entre sala y sala hay más guardianes, cada cual más poderoso que el anterior. Ya el aspecto del tercero no puedo soportarlo ni yo mismo». Con semejantes dificultades no había contado el hombre del campo; la Ley ha de ser accesible siempre y a todos, piensa, pero cuando observa con más detenimiento al guardián envuelto en su abrigo de pieles, con su gran nariz puntiaguda, su larga barba tártara, rala y negra, decide que es mejor esperar hasta conseguir el permiso de entrada. El guardián le acerca un taburete y le permite sentarse al lado de la puerta.
Allí se queda sentado días y años. Hace muchos intentos por ser admitido, y cansa al guardián con sus ruegos. El guardián lo somete con frecuencia a pequeños interrogatorios, le pregunta sobre su país y muchas otras cosas, pero son preguntas hechas con indiferencia, como las que hacen los grandes señores, y al final le repite una y otra vez que aún no puede dejarlo entrar. El hombre, que se había provisto de muchas cosas para su viaje, lo utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este le acepta todo, pero al hacerlo dice: «Lo acepto solo para que no creas que no lo intentaste todo».
Durante esos largos años el hombre observa al guardián casi ininterrumpidamente. Se le olvidan los otros guardianes y este primero le parece el único obstáculo para entrar en la Ley. Durante los primeros años maldice el lamentable azar en voz alta y sin miramientos; más tarde, a medida que en-vejece, ya solo farfullando para sus adentros. Se comporta como un niño y como al estudiar al guardián durante tantos años ha llegado a conocer incluso a las pulgas del cuello de su abrigo de piel, también pide a las pulgas que lo ayuden y hagan cambiar de opinión al guardián. Por último se le debilita la vista y ya no sabe si la oscuridad reina de verdad a su alrededor o solo son sus ojos que lo engañan. Pero entonces advierte en medio de la oscuridad un resplandor que, inextinguible, sale por la puerta de la Ley. Le queda poco tiempo de vida. Antes de su muerte se le acumulan en la cabeza todas las experiencias vividas aquel tiempo hasta concretarse en una pregunta que todavía no le había hecho al guardián. Le indica por señas que se acerque, pues ya no puede incorporar su rígido cuerpo. El guardián tiene que inclinarse profundamente hacia él, porque la diferencia de tamaño entre ambos ha variado muy en detrimento del hombre. «¿Qué más quieres saber ahora?», pregunta el guardián, «eres insaciable.»
«Todos aspiran a entrar en la Ley», dice el hombre, «¿cómo es que en tantos años nadie más que yo ha solicitado entrar?» El guardián advierte que el hombre se aproxima ya a su fin y, para llegar aún a su desfalleciente oído, le ruge: «Nadie más podía conseguir aquí el permiso, pues esta entrada solo estaba destinada a ti. Ahora me iré y la cerraré».
(traducción de Juan José del Solar, Adan Kovacsics y Joan Parra Contreras)
"En una ocasión Sidonie [madre de
Colette] le escribió que, por desgracia, no podía ir a verla, ya que su cactus rosa
florecería próximamente. 'En nuestro clima ―le decía― sólo da flores cada
cuatro años. Soy ya una mujer muy anciana, y si partiera ahora, sin duda no lo
vería florecer de nuevo.' Colette publicó la carta en su autobiografía y añadió:
'Soy la hija de la mujer que escribió esta carta'."
Claudia Lanfranconi, Sabine Frank
Las
mujeres que aman las plantas
"No
quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y
las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura de dónde está ese lugar.
Pero sé qué aspecto tiene."
Truman Capote
Desayuno
en Tiffany's
"―Por cierto ―dijo―, ¿no conoces por casualidad alguna lesbiana que sea buena chica? Estoy buscando una compañera de apartamento. (...); y, la verdad, las tortilleras son unas amas de casa fantásticas, les encanta encargarse de todo, no tienes que preocuparte jamás por las escobas ni por descongelar la nevera o mandar la ropa a la lavandería. Como aquella compañera de habitación que tuve en Hollywood, (...) Claro, la gente pensaba que yo también debía de ser un poco tortillera. Y lo soy, claro. Todo el mundo lo es, un poco. ¿Y qué? (...)"
Truman Capote
Desayuno
en Tiffany's
Los sobornados
Director: Fritz Lang
Título Original: The Big Heat / Año: 1953 / País: Estados Unidos / Productora: Columbia Pictures / Duración: 90 min. / Formato: BN - 1.37:1 Guión: Sydney Boehm (Novela: William P. McGivern) / Fotografía: Charles Lang / Música: Daniele Amfitheatrof Fecha estreno: 14/10/1953
Reparto: Glenn Ford, Gloria Grahame, Jocelyn Brando, Alexander Scourby, Jeanette Nolan, Lee Marvin, Peter Whitney, Willis Bouchey, Robert Burton, Adam Williams, Howard Wendell, Chris Alcaide
Pues eso, que tampoco les voy a contar cada película que veo. Bueno, va, sí, un poco. La cuestión es que “Los sobornados” es de 1953 y entonces no pero recuerdo alguna escena (una en concreto) bastantes años después cuando la vi en un cine de sesión doble y en algún ciclo de la 2. Hoy la he visto con otros ojos (claro). Cine negro en estado puro. Fritz Lang (pero si no tiemblas tampoco me voy a poner pedante). Y Glenn Ford (nunca me ha gustado demasiado, no como actor, no, sus personajes). Gloria Grahame (me quito el sombrero). Lee Marvin (me lo vuelvo a poner para quitármelo otra vez, aquí con 29 añitos, casi 1,90 y una voz grave y peculiar). El resto de actores. La fotografía (un curso completo de iluminación). La música. El guión. Etcétera. “Ya, pero es muy antigua, jo, en blanco y negroY”. ¡Es el cine, estúpido! Debería ser obligatorio (solo para muy aficionados al cine) ver una de estas películas una vez a la semana, para recordar qué era y quienes éramos (la sociedad, las costumbres, nosotros), para aprender, para saber que no hay nada nuevo (ahora), que el copia y pega lo copian de algún sitio (de películas como esta). Pues eso, en Filmin, un manjar para cinéfilos de vacaciones y con tiempo.
La estrella. Viaje al interior. Las esperanzas abortadas. Los que se quedaron en el camino. Las contradicciones. Un vaso de vino para los redimidos.
El arroyo. La edad como un factor sometido al azar, a la fortuna, la suerte de haber llegado, el sabor a cenizas del fracaso, el efímero éxito.
La espiga. Iluso por creer que ella vería tus lágrimas. El milagro como un experimento de magia. El sudor del trabajo sobre la sábana. La amargura.
La cabeza cornada. Un altar sobre el que dejar las ofrendas no sangrientas, otro para los sacrificios del carnero. El puñal de la duda entrando en el alma.
El cuenco. Los peregrinos arrastrando el duelo, sus penas, mendigando compasión, repitiendo la escena en cada pueblo que cruzan. Prisionero de mis propios errores enseñando una y otra vez las llagas de las manos.
El pie. En la penumbra de la ermita de san Juan de Gaztelugatxe suena la campana que avisa a los pescadores. Apóstoles incrédulos hurgan en el pecho de lo que escribo.
El cuerpo amortajado. Las blasfemias, las monedas para pagar a los traidores, el prisionero escribiendo con sus heces en las paredes de la celda. Esperanza de Uruk.
No necesito esta mentira para contar mi verdad.
Es esta.
“Un nuevo James Bond jamás visto en el cine” dice una de las frases publicitarias de esta película. ¡La madre que lo parió! Quién la escribió tiene el gusto y la sensibilidad en el culo (o le obligó la agencia). Me decido a verla pensando en una comedia divertida, no lo es, es un documental conmovedor, demasiado, sencillo, humano (utilizo humano para definir la vida misma, dulcificada), que denuncia (o expone) la situación de un grupo de personas mayores, sobre todo señoras, que de forma natural pero demoledora nos hablan de SOLEDAD, de conformidad, de abandono, del deterioro físico y mental por los años, también de sueños, de esperanza, de mantener unos principios. Quien visite residencias de ancianos con frecuencia la sentirá en lo más hondo, quién no, podrá asomarse a realidades que están ahí y que duelen (o no, yo qué sé, quizás alguien se quede con eso de “nuevo James Bond”).
Sergio Chamy no actúa, seguro que es así, sensible, tierno, íntegro, con empatía, inteligente, una buena persona. Y aquí me quedo porque quiero seguir emocionado un rato más. Gracias Maite Alberdi.
M, el hombre del siglo es una obra monumental, extensa, dura, escrita con un estilo implacable, para lectores pacientes interesados en la literatura y en la historia. Imprescindible para quien quiera conocer la figura de Mussolini, su creación del Fasci italiano di combattimento, la historia de Italia en unos años dramáticos en los que, por desgracia, reconocemos muchas de las situaciones actuales.
Hacía tiempo que no disfrutaba y sufría tanto con un libro.
En "Hamlet", Polonio
dice a Laertes :
" Trata de guardar en la
memoria estos pocos preceptos. No des voz a tus pensamientos, ni acto a un
pensamiento desmesurado. Sé familiar, pero en modo alguno vulgar. Los amigos
que tengas, habiendo sopesado su adopción, vincúlalos a tu alma con aros de
acero, pero no te embrutezcas con el primer camarada recién salido del nido e
imberbe. Guárdate de entrar en una disputa, pero, si estás en ella, haz que tu
oponente se guarde de ti. Presta oído a todos los hombres, pero a pocos tu voz.
Acepta la censura de cada hombre, pero reserva tu juicio. Que tu hábito muestre
la riqueza de tu bolsa, pero no la exhiba según la moda; sea rica, no
recargada; porque la vestimenta suele proclamar al hombre, y en Francia los de
mejor rango y naturaleza son los maestros más selectos y generosos en esto. Ni
prestes ni pidas prestado, puesto que un préstamo suele perderse y perder al
amigo, y pedir empaña el filo de la economía. Esto sobre todo : sé honesto
contigo mismo y se seguirá , como la noche al día, que no puedas ser falso a
ningún hombre "
William Shakespeare (1564-1616)
Nel Erasmus
Serena
tú mi sangre, clara fuente
Me está
dejando casi sin entrañas
este
tremendo amor enarbolado
-¡Oh,
páramo de ardores dilatado!-
en que
escucho mis voces como extrañas.
Serena
tú mi sangre en las cabañas
íntimas
de tu ser y tu cuidado,
y
guárdame en el aire enamorado
con que
a veces mi dolor engañas.
Si mi
lumbre te duele, ¡Oh, clara fuente!,
yo
borraré los húmedos celajes
que tus
párpados prenden tibiamente.
Volveré
a tus cielos sus paisajes
clavándote
en los ojos hondamente
los
mansos huertos de mi ardor salvajes.
Dionisio
Ridruejo
Ven hasta mí, belleza silenciosa,
talismán
de un planeta no vivido,
imagen
del ayer y del mañana
que
influye en las mareas y los versos;
ven
hasta mí y tus labios y tus ojos
y tus
manos me salven de morir.
Pere
Gimferrer
Cuántos
mares se anegan en la arena,
cuánto tiempo plañido en la trompa sonora
de las caracolas,
cuánta desolación de muerte
en los ojos perlinos de los peces,
cuántas trompetas de la aurora en los corales,
cuántas pautas estelares en el cristal,
cuántos gérmenes de hilaridad en la laringe de las gaviotas,
cuántas hebras de añoranza
recorren las trayectorias nocturnas de las constelaciones,
cuánta fecunda madre tierra
para las raíces de la palabra:
tú—
detrás de todas las rejas de los misterios
que se derrumban
tú—
- Nelly Sachs
incluido en 21 poetas alemanes ,
Visor Libros, Madrid, 1980, se
lección y
traducción de Felipe Boso.