Parker y el absurdo
Parker llora, algo absurdo, con una pena absurda subiéndole por el pecho. Sin remordimientos ella gime de placer con las piernas bien abiertas en un dulce abandono mientras él llora sobre su cuerpo desnudo, los dedos ocupados en complacerla, sin tiempo para secarse las lágrimas, sin un segundo para organizar aquel caos de emociones, sus músculos en tensión, los ojos cerrados, húmedos, las caderas bailando y un rumor indeterminado detrás de la puerta sin cerrojo.
Al terminar (nunca termina, al momento ya la vuelve a desear), ella sonríe, le besa en los párpados, se viste, llama por teléfono a un cliente, con la mano le hace un gesto urgiéndole a que también se vista.
“Anda, vete, vienen en diez minutos”.
Parker se va.
Aún es miércoles.
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