lunes, 3 de agosto de 2020

Mi tragedia


 Antonio Saura  1930-1998   TÊTE, 1996 

Desde niño me ha gustado sobre todo leer y escribir. Cuando mis compañeros del colegio jugaban al fútbol, a baloncesto, a violentos deportes que no me atraían en absoluto, en una esquina del patio devoraba novelas de Alejandro Dumas, soñaba, escribía sagas de aventureros en imaginarias islas pobladas de guerreros feroces e indígenas obsequiosas, emocionadas loas a la primavera, al amor, a una niña rubia que vivía en mi escalera.

En mi adolescencia continué leyendo y escribiendo mucho, a veces escuchaba música, apenas hacia otra cosa. Gané algún concurso con mis poemas de fondo social, arrebatada poesía que quería cambiar el mundo. Jamás se los enseñé a nadie, tampoco los versos que dedicaba a Gloria.

Unos años después descubrí internet, los blogs, el medio óptimo para dar salida a mi ingente producción literaria. Comencé de forma tímida, publicando algún cuento corto, artículos de opinión, pensamientos que desarrollaba con un fondo poético. Lo mezclaba con fotografías y vivos colores de fondo, con música.

Recibía muchos comentarios y me animé. Subía un post todos los días. Esto que en principio me resultaba fácil, poco a poco se convirtió en una esclavitud, me llevaba demasiado tiempo y repercutía en mi trabajo, no me llegaban las horas para todo. Busqué un patrocinador. Un grupo industrial me firmó un contrato de exclusividad, por un pequeño banner con su logotipo me pagaba un buen sueldo solo por el compromiso de escribir diariamente en el blog.

Así estuve dos años, justo hasta que se terminó mi imaginación y mi reserva de textos. Mis benefactores se quejaron. Entonces busqué alguien que escribiera por mí. Por medio de un amigo argentino me puse en contacto con escritores profesionales, esos que se inventan un texto a tanto la línea. Contraté a uno de ellos. Fue un negocio abusivo ya que después de firmar descubrí que eran un grupo de cinco prosistas que siempre trabajaban juntos. No solo eso, al recibir los primeros textos descubrí con asombro que estaban escritos en chino. Tuve que contratar a varios traductores que tardaron varias semanas en enviarme el trabajo, bien pagado por cierto. Al intentar leerlo comprobé que, por su cuenta, lo habían volcado al euskera. Para salir del paso hablé con mi amigo Iker que, previa invitación a varias cenas en el restaurante Euskalduna, tradujo a su manera lo que me habían enviado los chinos, que, a su vez, habían interpretado lo que escribieron los argentinos orientales, quién, luego lo descubrí, no habían hecho otra cosa que copiar y pegar de la página de un colectivo literario de Pekín. Para colmo, ante mis cada vez más prolongados silencios en la red, dejé de recibir visitas y comentarios. Como consecuencia mis patrocinadores cancelaron nuestro contrato, dejé de cobrar.

Resumiendo, me encuentro sin imaginación, sin trabajo, sin textos que publicar, con una enorme deuda con los escritores –que me siguen enviando sus trabajos copiados-, con los traductores chinos y con el insaciable apetito de Iker que me amenaza con revelar a nuestros comunes amigos quién es Glup en realidad. Para colmo los dueños del blog pekinés me han demandado por plagio y piden una cantidad desorbitada. No publico, ya para qué, nadie entra a mi página. Estoy desesperado.

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