Alpendre
La
elocuencia no está en el que habla, sino en el que oye; si no precede esa
afición en el que oye, no hay retórica que alcance, y si precede, todo es
retórica del que habla. (Fray Martín Sarmiento)
Se apagaron los cuerpos y el amor se volvió transparente, se nos fue de las manos, flor deshojada que flota en el río. El agua, que era luz, se volvió sombra, noche extrema que fluía por las riberas de la soledad, tan dura, tan larga.
Interpreto
las miradas de ceniza y extiendo palabras como hilos de cobre temblando
mientras busco la rama donde asirme, el ruido en la buhardilla, el de la
madrugada, una habitación saturada de profetas, el verbo pálido, el incansable
frío desde las semillas derramadas.
Me
aburre el temblor de mis labios al musitar ese nombre en las alcobas con
ancianos desolados, ebrios de monjas y visitas de familiares lejanos, de
candidatos a una firma, un código, un lugar, ahí está enterrado. Por eso van,
los viernes, aún esperan un gesto, un cabeceo, el índice señalando, una
herencia. No.
Estas
cosas dicen que digo, que escribo, que dejo aquí sin importarme el rubor, el
nombre, sin tener en cuenta que los días se hacen más largos y el verano.
Malditos
amores reencontrados.
3 comments :
Como esos cuadros que esperan cambiar de pared, el agua que no corre se pudre.
Esos hilos de cobre parecen un buen alambre para la huida. Feliz fuga, funambulista.
Lili.T , me gustan tus comentarios (también) por lo inesperado, lo mismo te salta un elogio que un poema, una imagen o un deseo. Los agradezco como puedo, con palabras como flores o con silencios como ríos. No me agites que me caigo (siempre estoy sobre el alambre). ¿Besos?
Malditos sí. Porque nos aterra lo que pueden traer consigo.
Publicar un comentario