jueves, 9 de abril de 2015

Mi gato y yo.

Amantes, no toquéis si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado,
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

(Góngora)





Básicamente, con el paso de los años las personas no cambiamos, al menos no demasiado (me refiero por dentro, por fuera…).

Hay algo en la forma de ser, en el carácter, en la manera de enfocar la vida que suele permanecer inalterable (en cambio por fuera se altera, ya ves).

Es decir que, con todo lo que eso supone, nos cuesta desaprender lo aprendido (nos lleva la inercia filosófica).

Nuestros mayores, con la mejor voluntad, a muchos nos educaron para ser cívicos, trabajadores, obedientes, cumplidores, fieles, amables, en pensar a los demás, en ser generosos, respetuosos, leales, buena gente, esas cosas.

Lo que no nos explicaron es que no a todos les educaron igual.

Por eso los que no o los que tienen mala memoria, contrastan tanto.

Lo malo es que son los que se llevan el gato al agua.

Todo esto me crea un problema -en realidad, varios-, mi gato no sabe nadar.

Por eso, poco a poco, voy desaprendiendo lo que me enseñaron como verdad, me cambio de piel y enseño a nadar a mi gato.

No es fácil, estornuda, es propenso a los fríos y tirita cuando está mojado.

Sé que es cuestión de tiempo, insisto, de momento el estilo mariposa lo domina bastante bien. Y la espalda (nadando digo).

Pero pasa el tiempo y todavía se cree todo, mentiras incluidas, lee periódicos, ve la televisión y traga, es crédulo.

Creo que voy a matar a mi gato.

Eso o tirarme al agua.

A falta de otra cosa que hacer.


No sé sí…


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