Anne Bancroft.
Tractatus logico-philosophicus.
1.
El mundo es todo lo que acaece.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
1.11 El mundo está determinado por los hechos y por ser todos los hechos.
1.12 Porque la totalidad de los hechos determina lo que acaece y también lo que no acaece.
1.13 Los hechos en el espacio lógico son el mundo.
1.2 El mundo se divide en hechos.
1.21 Cualquier cosa puede acaecer o no acaecer y todo el resto permanece igual.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
1.11 El mundo está determinado por los hechos y por ser todos los hechos.
1.12 Porque la totalidad de los hechos determina lo que acaece y también lo que no acaece.
1.13 Los hechos en el espacio lógico son el mundo.
1.2 El mundo se divide en hechos.
1.21 Cualquier cosa puede acaecer o no acaecer y todo el resto permanece igual.
(Ludwig
Wittgenstein).
En la hora justa posterior a la renuncia, entre un revuelo de lirios y jilgueros, pensé en la estructura de ADN del recuerdo de aquella que tanto se parecía a Anne Bancroft. En las uñas del alma aún tenía clavadas las astillas de los besos en la curva de las caderas de la que era su doble. No ahora, quizás, sí en un tiempo pasado del que confundo los números y las realidades.
Los
vencejos del olvido picoteaban los caparazones de las tortugas de los años, las
compraba y se morían, comida equivocada, aguas subterráneas no aptas,
insistencia en esa comparación absurda.
Me
decidí al fin, armado con los aperos del lenguaje de los mudos, en plasmar los
recuerdos en gestos y muecas, en violento silencio, la frente contraída, la
mirada errada, la lengua acariciando los dientes en la boca seca, labios
fruncidos.
Miré
y no estaba.
Ya
no, ya no invoco el pasado, es inútil, es absurdo, ella está pero no es ella,
es otra, no sé quién es esta, una copia, alguien parecido a quién era pero de
otro color, por dentro, cáscara que no encierra a la que fue.
Las
sábanas arrugadas que me empeñaba en doblar, el resplandor de su rostro en Tarragona,
aquella habitación con las contraventanas de par en par, el brillo de la luna
nueva nadando sobre nuestros cuerpos temblorosos entre caricias y susurros.
Ella sudaba como una niña asustada, encunada entre mis brazos que no podían
dormir y el péndulo del destino oscilaba entre su sí y mi no.
Hermosura
de la tristeza, belleza en la suma de momentos compartidos, ella apoyada en la
pared, mi lengua surcándola en íntima ascensión, las yemas de los dedos jamás
se serenaban allí donde se rompían los manantiales aunque ella no se permitía
el goce más allá de lo mecánico, dique de profundidades, comentarios
quincenales en París, qué digo, qué sé ahora.
El
aire de un hotel de tercera, ropa tendida en el patio, encuentro apresurado
después del vermouth, por la autopista cercana atronaban camiones, la vecindad no
era alegre, el deseo como un perro arriba y abajo de nuestros cuerpos tendidos,
nos deseábamos tanto que las venas del cuello se hinchaban de brutal nostalgia
cuando estábamos separados.
Era
cuando me recordaba a Anne Bancroft.
Después
se hizo la noche y no volvió a amanecer. Entonces fue cuando supe que todo
había sido un exceso, un error en la geografía desmesurada de la nostalgia.
Palabras sin sentido, sin miel, basurero de palabras, la tristeza vestida de
negro con un clavel en el borde de la mantilla, la certidumbre de la muerte
sentada frente a mí, mirándome, como aquella noche del hospital, límite de los
días, impaciencia de la nada.
Lejos,
todo está lejos, solo está cerca el mortal aburrimiento de no verla, la imagen
de sus bragas negras sobre la piel blanca de diciembre y un mensaje en el
contestador que no debo borrar para espanto de los sábados que se llenan de
sentimiento no controlado, cuando lloro mansamente sobre el mantel de ahora.
En la época clásica, la prosa y la poesía son
magnitudes, su diferencia es mensurable; no están ni más ni menos alejadas que
dos cifras distintas, contiguas como ellas, pero distintas por la diferencia
misma de su cantidad. Si llamo prosa a un discurso mínimo, vehículo más
económico del pensamiento, y si llamo a, b, c, a los atributos particulares del
lenguaje, inútiles pero decorativos, como el metro, la rima o el ritual de las
imágenes, toda la superficie de las palabras se encontrará en la doble ecuación
de Monsieur Jourdain:
Poesía = Prosa +a+b+c
Prosa= Poesía -a-b-c
Prosa= Poesía -a-b-c
El grado cero de la escritura (Roland Barthes).
6 comments :
Poesía-Prosa=0
a+b+c=0
ax2+bx+c=0
x=1
Prosa-Poesía=i
x=pi, e ó i.
bixen, progresas adecuadamente.
Te lo crees todo; lo mismo da, que da lo mismo.
Si
¡Genial tu nueva respuesta!
Sí, es como cuando se le da la razón a un tonto. Es broma (lo último), pero era/es para rizar el rizo.
&:•P
Demasiadas personas, palabras, importantes en esta página.
Sólo el pensamiento de comentar algo me produce mareos.
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