Trueques.
Escojo ser en el margen como única
posibilidad de existencia.
(Julia Otxoa)
Los de la camisa negra. Por suerte nunca han llamado a
mi puerta. Digo suerte y digo silencio, el mío, tan culpable como las voces
airadas del otro lado. Digo nunca y digo ahora, desmemoria de cuando la muerte
paseaba cada día por nuestras alamedas, por nuestros templos, por la mirada
cómplice de los que giraban la cabeza. Digo puerta y digo candados,
aburrimiento de liturgias cerradas, de códigos incomprensibles, del capricho de
verdugos sin azar.
Luego se cambiaron de camisa, del negro a la roja, al verde, después blanca, no sabías con quién hablabas, que les veías desde
fuera y no les conocías, que disimulaban tanto que no había tiempo para
asimilar el trueque de máscaras, de casullas, de ideas
caprichosas, que hoy era blanco, mañana estaba transparente y nadie veía lo que
venía, tormenta o sirimiri, llovizna, calabobos que también se dice y bobos o
algo peor éramos, lo somos aún en las filas de una aparente indiferencia,
ajenos, con la pintura lista para mimetizarnos en cuanto se oculta el sol,
cuando sale la luna.
Ay, la luna.
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