Amber Hakim

lunes, 24 de enero de 2011

De Bill Murray y otros.


Quizás no nos pongamos de acuerdo pero ¿lo intentamos?

Hablábamos, mucho, nos decíamos, incluso pudiera ser que nos escucháramos más allá de nuestro propio eco. Pero un día nos encontramos los pulsos -ay amiga- y la oscuridad de tu cuerpo dormido se convirtió en fulgor. 

Me quemé, torpe de mí. 

La belleza no tiene normas, no hay un manual de instrucciones para encontrarla, está más cerca de la mirada que del cerebro. El milagro si las tiene, normas, surge cuando se juntan sentimiento, sinceridad, ternura, un horizonte flexible, dos acróbatas, la música del alma y el atrevimiento de una caricia allí donde los símbolos pierden todo su valor. 

Ya lo ven, tan sencillo como fugaz. 

Recuerdo que años atrás firmé un manifiesto (Manifiesto de los Kinoks) - “Soy un ojo. Un ojo mecánico. Yo, es decir, la máquina, yo soy la máquina que os muestra el mundo como sólo ella puede verlo. [...] Yo atravieso las m muchedumbres a gran velocidad, yo precedo a los soldados en el asalto. [...] Liberado de las fronteras del tiempo y el espacio, yo organizo como quiero cada punto del universo. [...] El cine dramático es el opio del pueblo. Abajo los reyes y las reinas inmortales del velo. ¡Viva la grabación de las vanguardias en el interior de su vida de cada día y de su trabajo! Abajo los guiones-historias de la burguesía .¡Viva la vida en sí misma! [...] El objetivo de los Kinoks es filmaros sin molestaros. ¡Viva el cine-ojo de la Revolución!” (Vertov)- solicitando milagros para todos. Era más joven y aún creía que la fe movía montañas, no, no se mueven, se necesita un arquitecto febril o un genio para hacer de una piedra una catedral que no se hunda, una Pietá, una respuesta, un camino que llegue más allá de los recuerdos como oraciones en papelillos incrustados en los intersticios del Muro de las Lamentaciones.


Estábamos descalzos y no nos creíamos la dicha, entreabría los muslos generosos y el reloj se detenía en una hora eterna, nadie llamaba a la puerta y en su piel estaba escrita la historia de la humanidad –lástima, solo llegué a Egipto-, sus rincones de muérdago y nidos de jilgueros, el instante -oh, el instante- en que degollaba sus leones, domesticaba las serpientes y todo el dolor de noches de ceniza fingiendo ser la que no era.

El fantasma dormía en su alacena. 

Ahora sé que no dormía, los fantasmas no duermen (al menos eso dice Susanna Clarke en su “Jonathan Strange y el Señor Norrell”) y en la puerta hay un vendedor de abismos con un acantilado bajo el brazo, gaviotas que ríen alrededor y mil ojos mirando las olas del ayer, las de mañana, las olas (¿no tendrán nada mejor que hacer?) que llevan y traen a la playa, náufragos, ahogados y botellas con y sin mensaje. Me resulta aburrido, nunca me han gustado las películas de Bill Murray (excepto, quizás, “Flores rotas” y “Lost in traslation”), prefiero esa “Elegy” que me recomendó un árbol de flores olorosas. 

Llegan trenes nocturnos, solo este parará en la estación, temo tirarme en marcha, ya no salto como saltaba, el suelo está lleno de leopardos heridos por el rayo verde, de guitarras descordadas, de un hombre vestido de negro que manosea la soledad, de infantes que confunden la epopeya con una onomatopeya, hay un triángulo y una mujer que se acaricia los senos con claveles, hay un momento para callarse, este. 


Por cierto, con los mensajes que (le/te) he mandado se puede conseguir un best seller, un divorcio, un puesto de bedel en Murcia o que alguien me llene las mejillas de besos o de bofetadas.



1 comments :

gaia07 dijo...

Qué sería de ti sin esas quemaduras. Un alma demasiado blanca, sin acrobacias, se vuelve transparente, como si no hubiera existido. Ni siquiera entenderías a los árboles de flores olorosas.

Elegy, entre la realidad y la norma. Una hazaña, un drama, de una u otra forma, vividos.

Un beso

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