sábado, 8 de agosto de 2009

8 de agosto.



Fragmentos de un discurso amoroso
por Roland Barthes

Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente patético. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.

Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro.

La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso; sufro si me telefonean; me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado. Todas estas diversiones que me solicitan serían momentos perdidos para la espera, impurezas de la angustia. Puesto que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede sentado en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada.

El ser que espero no es real. El otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio.

Traducción de Eduardo Molina


4 comments :

Anónimo dijo...

A veces, los escritores tienen un toque de perversidad. No digo que sean perversos en sí mismos, pero actúan perversamente para provocar en alguna pobre víctima incauta, no sé, dolor, vacío, angustia, la dañan, la abandonan después de prometerla la luna, la llenan de dudas, y tienen una inspiración real, imaginan a su víctima acusando el sufrimiento que ellos mismos le han causado, y escriben sobre ello.

Pero como los escritores también tienen cierta tendencia a la egolatría y el exhibicionismo, en lugar de describir el sufrimiento de otro, se lo apropian, como si los sufrientes fueran ellos.

Me pregunto: ¿Por qué no llama él, el propio escritor? Ya que ella, la otra, o él, el otro se empecina en no llamarle... Me juego algo a que el escritor jamás le dio su número de teléfono. El escritor lleva décadas cultivando su fama, y beneficiándose de la compasión de los demás a costa del sufrimiento ajeno, haciéndolo creativamente propio, pero sin sentirlo realmente.

¿El otro o la otra? En el sofá, donde el escritor la/le dejó, sin dejar señas, porque sólo iba a por tabaco.

Sue dijo...

Estoy muy de acuerdo con lo que dice "anónimo" en eso de que los escritores tienden a la egolatría y el exhibicionismo. Yo lo que espero siempre es que lo usen en su obra, en su profesión, pero no en la vida. La vida es una cosa y la literatura otra. Es evidente que se pueden mezclar, unir, confundir... pero no son lo mismo, aunque la literatura "confusa" pueda parecer más atractiva.

En fin, que me lio y solo pasaba por aquí :)

Me ha gustado el post. Volveré.

Un saludo.

gaia07 dijo...

Si,si, pero así es la espera, angustiosa. Cualquiera que haya esperado alguna vez lo sabe.
No inventa nada, solo relata con palabras escogidas que te hacen vivirla, sufrirla si el que espera sufre, divertirte si se divierte, y jugar si juega.

pepa mas gisbert dijo...

La angustia no la da la espera, si no saber que se espera la nada.

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