29 de Agosto.
En primera línea.
ESTUDIO SOBRE EL BILBAINO BARRIO DE LAS CORTES
La Palanca fue algo más que el barrio chino de Bilbo.
La Palanca, la calle Cortes y sus adyacentes, ha sido desde antes de 1873, en plena Segunda Guerra Carlista, algo más que el barrio de Bilbo donde se ejerció y aún, a nivel testimonial, se ejerce la prostitución. De ello da testimonio un libro editado por IPES y Aldauri.
Agustín GOIKOETXEA
La Palanca, tal y como se encargan de recordar los autores del libro ``El barrio de Las Cortes. Una historia de La Palanca bilbaina'', Arturo Izarzelaia y Txema Uriarte, fue «un lugar singular inimitable» cuya trascendencia superó los límites de la villa y de Bizkaia. La denominación popular de «los barrios altos» de Bilbo surge, al parecer, tras la guerra de 1936, unida a dos elementos que estuvieron presentes a la hora de marcar su fuerte identidad y carácter. Se asocia a la herramienta de los barrenadores mineros de las cercanas explotaciones de Miribilla y al uso de palanganas para el lavado íntimo en el elevado número de burdeles que se asentaron atraídos por la presencia de mineros y estibadores de los muelles próximos.
Para quienes conocieron el Botxo antes de la década de los 80 del siglo pasado, La Palanca fue «un espacio de libertad para unos; para otros una zona de diversión; para muchos, el Barrio Chino de Bilbao, nombre que nunca ha gustado en el barrio», puntualizan Uriarte e Izarzelaia. Cortes y sus calles adyacentes fueron hasta hace unos 27 años el espacio donde se ejercía la prostitución en la capital vizcaina y donde se emplazaban un buen número de prostíbulos, locales nocturnos, bares y otros lugares de «ocio».
Segregada de la ciudad burguesa que se desarrolló a finales del siglo XIX, La Palanca fue un lugar de implantación de las ideas republicanas y socialistas, en un barrio de fuerte componente obrero y popular. Al margen de las luchas por la mejora de las condiciones de los sectores más desfavorecidos, fueron muchos bilbainos y bilbainas los que disfrutaron de noches de juerga en un barrio que, en un Bilbo mojigato y reprimido, ofertaba baile, juego, música en directo, hermosas mujeres y apuestos caballeros. «Vías de escape a la represión en las que el barrio se especializó y por lo que para el Bilbao católico y bien pensante siempre sería lugar de corrupción moral, degeneración y pecado de necesaria redención», resumen en el prólogo de la publicación.
Tras escudriñar en archivos y hemerotecas y entrevistar a personas que conocieron esa realidad, Izarzelaia y Uriarte resaltan que «aunque la cultura moral dominante ha subrayado siempre el carácter delictivo, marginal, canalla y nada recomendable de La Palanca, muchos bilbainos, y en especial las personas que vivimos el barrio, tenemos una visión más ecuánime y menos maniquea sobre los hombres y, sobre todo, las mujeres que dieron y dan vida a La Palanca. Al fin y al cabo -aclaran- eran y son nuestros vecinos y vecinas los y las que servían en los bares y restaurantes, los y las que convivían entre nosotros siendo alternadoras, músicos, cantantes o artistas de variedades, imitadores de medio pelo, macarras, travestís y, sobre todo, las prostitutas».
El cambio radical llegó en los años 80 con el cierre de la mayoría de los locales, la introducción de la heroína, así como la transformación de la trama urbana de la ciudad e incluso de la población con la llegada de inmigración, en muchos casos procedente de otros continentes.
Atrás quedaron el glamour, dinamismo y modernidad que se vivió en estas calles durante la II República, aunque también hubo tiempos pretéritos en que, en lo que fueron los arrabales de Bilbo, la pobreza y las situaciones límites estuvieron al orden del día, siendo el germen del por entonces incipiente movimiento obrero vasco y las huelgas mineras reprimidas a toque de sable y mosquetón.
En 1873, dada la concentración de burdeles en casas de las calles Marzana, Bilbao la Vieja, Cantarranas, Iturburu, Urazurrutia, San Francisco, Concepción, Barrenkale, Zabalbide, Ribera, plaza de la Encarnación o la desaparecida La Amargura, el Consistorio decide crear un servicio municipal de higiene especial para atajar las enfermedades venéreas.
A través de testimonios de Tomás Meabe y Julian Zugazagoitia se descubre el panorama dantesco que se vivía en este incipiente centro histórico de Bilbo al otro lado de la iglesia de San Anton. Para quien fue fundador de la Juventudes Socialistas de Bilbo en 1903, «los barrios altos» del Botxo eran «un espacio enfermizo donde convivían los prototipos humanos de los bajos fondos de cualquier ciudad moderna». En alguno de sus escritos, Meabe menciona «viviendas cancerosas, tíficas, tuberculosas, los olores repelentes que destilan sus cuartos, los gestos de oficio de mujeres y chulos, para advertir que la miseria es imperialista».
Esta prostitución inicial dará paso en las primeras décadas del siglo XX a la «época dorada» de La Palanca, en la que se trata de imitar el glamour de París. La apertura de prostíbulos, teatros, cabaretes y restaurantes, entre otros locales, muestra su pujanza y popularidad, que la llegada de los fascistas no fue capaz de borrar, a pesar de intentarlo. En los años 60 y 70, la aceptación del barrio es similar a la de la década de los 30. «Aquella Palanca hippy de orquesta, varietté y glamour, poco tiene que ver con la de los 80 y casi nada con la de los 90 y 2000», añaden.
Motor económico
Los autores de ``El barrio de Las Cortes. Una historia de La Palanca bilbaina'' consideran que, a pesar de la dificultad de cuantificar cuánto dinero trajo la prostitución y el sector del ocio nocturno y los espectáculos, éste fue «un motor económico de primer orden en el desarrollo del área».
«Podemos interpretar La Palanca como un sistema integrado que, aunque comienza con una prostitución a pie de mina, según evoluciona, se diversifica y perfecciona, genera un núcleo de dos elementos complementarios: la prostituta con el sexo comercial y el/la artista con el espectáculo», argumentan Uriarte e Izarzelaia. Alrededor de ambas actividades se mueven las dueñas de los prostíbulos o amas, las palanganeras, macarras, alcahuetes, cuidadoras de hijos, parteras y abortadoras, practicantes, farmacéuticos, policías, camareros, alternadoras, dueños de los locales, músicos y un sinfín de ocupaciones que pululan de local en local y a lo largo de la calle, como floristas, cigarreras, limpiabotas, loteros, sastres, jugadores, prestamistas, burleros, vendedores callejeros, placistas y peristas.
La decadencia de Las Cortes llegaría a finales de los 70, con el aumento de robos y agresiones que desaniman a muchos clientes habituales a frecuentar el barrio e incide en la decisión de algunas mujeres de trabajar en otros lugares. Paralelamente, la heroína se hace un sitio, sobre todo en la calle Laguna, conquistando La Palanca y surgiendo las prostitutas drogodependientes, que realizan sus servicios en el interior de coches.
Las prostitutas «tradicionales» achacan a este fenómeno el declive, al que los autores de la publicación asocian la desindustrialización de los 80, el paro o la crisis económica. La prostitución paso de ser el eje del barrio a ser residual. «Para quienes han conocido las décadas de apogeo, La Palanca ha muerto, o la han dejado morir. Las acusaciones son diversas, contra el Ayuntamiento, por la negligencia y abandono en que ha mantenido al barrio, a la drogadicción, a la delincuencia...», enumeran.
Atrás quedó el colorido y la luminosidad de las luces de neón para sumir a La Palanca en el abandono. Y sus habitantes continúan reivindicando implicación de las instituciones públicas para resurgir de las cenizas.
El 10 de noviembre de 1977 tuvo lugar la primera huelga de prostitutas y travestis
En los más de 130 años de historia de la prostitución en Las Cortes, pocas veces hubo una confrontación entre las prostitutas y la Policía como la que se produjo en noviembre de 1977, con la Ley de Peligrosidad Social franquista todavía en vigor. Las protestas que siguieron a la muerte en extrañas circunstancias de María Isabel Gutiérrez Velasco en la cárcel de Basauri fue el detonante.
Gutiérrez Velasco, natural de Santander y de 23 años, fue arrestada por la Policía española acusada por un vecino de un robo de pasteles. Un juez la liberó por el hurto pero la envió a prisión por tener abierto un proceso «por supuestas actividades contra la moral».
Con una situación convulsa en Basauri, con 28 presos autolesionados para exigir la derogación de la ley, la joven apareció muerta en el interior de su celda la noche del 8 de noviembre de 1977. Dos días después, tras los funerales en la iglesia del Corazón de María en Bilbo, cientos de prostitutas se echaron a la calle, precedidas de una pancarta firmada por la Asamblea de Mujeres de Bizkaia, para exigir libertad. Convocaron una huelga, que fue total en La Palanca, a la que siguieron más movilizaciones y la creación de una plataforma en defensa de los intereses de estas mujeres. La Policía reprimió a disparos algunas de las protestas. A.G.
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