Parker y el corazón volador
Parker siente que el corazón se le sale del pecho, vuela y se detiene en un punto no demasiado lejano desde donde contempla el destierro, sus movimientos torpes, erráticos, buscando con tics y manías, indecisos en una frontera que mueve a voluntad, la parte roja es lo bueno, la verde el peligro, cambia los colores, las definiciones, empieza de nuevo, el corazón ahí, observándole.
Cúbreme, ─ le decía ─ déjame sentir tu peso sobre mí.
Parker extendía su cuerpo sobre el de ella como una plaga de langostas apretadas en su piel, un grito en cada poro, una llave en los párpados, la voluntad encadenada al deseo, el tiempo como un cuchillo que les urgía en el placer.
No llores, ─decía mientras con dedos hábiles, amantes, enjuagaba sus lágrimas.
Parker lloraba, no sabía, no podía armonizar aquella fuerza, la ciega atracción, el enigma, su abandono, la helada voz le recordaba la luz, otra luz. Se asfixiaba en la pasión. Su corazón, desde arriba, miraba.
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