viernes, 9 de agosto de 2024

Sobre lo anterior.


 El pasado es el tiempo del sueño. El sueño repara el nacimiento. A tal punto que los sueños que surgen al final de cada noche reproducen en las mujeres no el parto de la madre, sino la natividad de la niña.

Los sueños terribles y claustrofóbicos que surgen en el fin de la noche despiertan el cuerpo para el día nuevo. Son el tiempo en que se evoca lo perdido. Los pájaros despiertan a los muertos y adormecen a los vivos. Algunos cantos duermen a los vivos. Un regressus ad uterum es un retorno del viviente a la escena excitada que lo pergeña y luego a la escena laboriosa que lo pone en la tierra. La noche pasa como el sueño que contiene. Se atraviesa como la vida uterina que le es preciso atravesar para recobrar el pequeño gemido que la concibe.
Nos levantamos en la secuela del paraíso y el nombre de ese paraíso es lo anterior.

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En la luz del aoristo, en la rareza de sus casos, en las vocales violentas de los sufijos, brilla la alegría fulminante, irradia la luz completamente nueva.
No es río ni mar: es la fuente que chorrea sufijos y rimas.
A lo lejos, muy lejos, en el origen terrestre, fuente surgente de fuego que desgarra la montaña, que hace temblar la tierra, que abre la masa enorme.
Eruptividad de lo anterior. Deslumbramiento de lo anterior. Sideración de lo anterior. Los sidera son las estrellas que empiezan a brillar cuando se extiende la noche.

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El literato relee siglo tras siglo a los antiguos. De tal modo la vida individual es reforzada por la fuerza propia del origen.
El letrado, con respecto a la colectividad contemporánea y a su focalización hambrienta (el mantenimiento del ahora social), es el aoristo hecho hombre; es lo errático; el sufijo; lo literal; lo periférico.

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El griego horistés es el alemán endliche.
Aoristo, unendliche.

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Durante una excavación realizada en el mes de febrero de 2000 en la frontera entre Puisaye y Borgoña, en el Yonne, cerca de una pequeña ermita donde vivía un salvaje de voz sorda, encontraron nueve proyectiles de honda romana de plomo firmados Titus Labienus.

Seis tenían la inscripción VIXI.

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Yo le había tomado la mano. Apreté sus dedos flacos, tan frágiles, tan helados. La llevaba. El frío era aún más intenso que la víspera.

Las orejas ardían.

El hielo sobre el camino del remolque estaba deslumbrante de luz.

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Sobre lo anterior (2002), Pascal Quignard
(Traducción de Silvio Mattoni)


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