Bebedores.
Old Man Main, 1959, by Fred Herzog.
No
recuerdo cómo se llamaba, bebía.
Todos
bebíamos.
Él
se quedó en eso.
Caminaba
por la calle dando tumbos, desastrado, hablando solo, mirando al suelo.
Era
una pena ver así a una persona tan inteligente y tan echada a perder.
Su
familia lo llevaba con resignación.
Durante
mucho tiempo dejé de verle.
Aquel
día estaba tomando con café con Eva en un bar del Kasko, era al principio de
nuestra relación.
Aún
no nos habíamos acostado, intentaba poner en juego todos mis recursos.
Hablaba
de Rimbaud, de Jacques-Alain Miller, tatareaba algo de Händel, Radamisto creo, de
Crumb y de Vanesa Martín por ver si por ahí.
Pero
nada.
Me
tocaron el hombro. Me giré. No recuerdo como se llamaba me miraba desde una
cara arrasada, con ojeras, los labios trémulos, una sonrisa tonta
–Hola,
Pedro, te he reconocido por la voz, ¿me recuerdas? – preguntó.
–Sí,
hola, claro, tiempo sin verte –contesté, con fastidio, me estaba estropeando la
actuación.
La
conversación, breve, siguió por lugares comunes y terminó cuando me pidió
dinero.
–¿Le
conocías? – preguntó Eva
No
contesté.
De
esto han pasado exactamente cuatro años.
Ramón,
se llamaba Ramón, lo vi en su esquela unos meses después, pobre chaval.
Y
no, no me acosté con Eva.
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