Vengan y lo verán.
Bilbao era una ciudad oscura rodeada de fábricas, chimeneas de humos rojos, sirimiri y paraguas, barcos frente al Ayuntamiento, una Ría que se desbordaba cada poco, muchos curas, gigantes, cabezudos y fuegos artificiales en agosto.
En eso llegó el Guggenheim y los barcos se fueron al mar, las chimeneas sin humo se humanizaron, la ría se llenó de patos y peces, los curas se casaron, todo se iluminó y Bilbao se llenó de visitantes con planos que confunden el norte con el sur.
Este domingo reluce, he salido a caminar. Las calles están animadas, con visitantes buscando el Guggenheim. Parece que no tenemos más. Pero no, Bilbao tiene mucho más. Vengan y lo verán.
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