Hoteles.
Paul Paede - Nu devant la fenêtre
El hotel de la Gran Vía. Su
figura recortada en la ventana, fumando. Sus caderas. El humo saliendo por la
ventana entreabierta. El atardecer. El ruido de la calle. Nosotros.
El hotel al lado de la M-30.
Una habitación en un octavo piso. Escuchamos tambores. Nos asomamos entre
cortinas, gozosos, desnudos, curiosos. Después se hizo de noche y lloramos.
El hotel cerca de su casa.
Cuadros enormes en las paredes. Nos abrimos en canal, dejamos la cama perdida
de sentimiento y confidencias, nos amamos tan lento que la hora llegó, súbita,
debimos volver a lo que era.
El hotel con cortinas rojas en
las habitaciones. Llegué y estaba la puerta abierta. Me esperaba sentada en un
sillón con un vestido de seda azul con lunares blancos, pálida, ansiosa, se
retorcía las manos. Nos besamos, era viernes.
El hotel en aquel barrio
oscuro. Era barato. La habitación tenía un gran espejo frente a la cama. Nos
amamos mirándonos. Volvimos al día siguiente.
La pensión en Vallecas donde
nos abrazamos, allí donde la habitación desaparece, la ciudad desaparece, la
vida desaparece, la corporeidad de lo espacial, el hueco, el vacío como
elemento, una reflexión, solo existe
este ahora tan intenso justo cuando advierto que construir lo que ella me
pide es una cuestión de estructura, de
cambio, armonizar la ausencia, equilibrar la distancia y esto es fácil de
pensar cuando siento su piel junto a la mía, mi aliento en su espalda, mis
manos como un flamenco dando palmas, el polen de mariposas amarillas cuando se
inclina y gime, el aire, el viaje de mi lengua entre sus muslos, en una esquina
de la cama se escucha el mar, huele a romero y tantas velas semejan un
incendio, recorro con dos dedos su columna vertebral y no sé si sueño o estoy o
da lo mismo, todo es igual, solo ella y yo y los jazmines en la mesilla, se ha
derramado el búcaro y el agua, sus bragas en un brazo de la lámpara, una
batalla sin victoria, una lucha sin exterminio, nosotros en una gruta, en un
altar con ofrendas de naranjas agridulces y avellanas, con la tormenta de tener
que volver, sin manantiales, sin exorcismos, sin pedir auxilio, en el monte y
en el camino, sin rumbo ni norte, tumbados en la ribera del instante,
cantándonos, hablándonos como niños…
Se hace de noche tan pronto, estamos
en penumbra.
–Dime que solo me amas a mí,
dime que soy tu mujer, dime que eres mío.
–Solo te amo a ti, eres mi
mujer, soy tuyo.
Se cubre los pechos con la
sábana en un gesto entre recatado y provocador.
–Te ha faltado dinero para terminar con alguna de las mujeres que te han amado.
Me sorprendo, nunca lo había
pensado.
Fumo y doy vueltas a esa frase.
Me levanto a buscar un cenicero, los gatos arañan la puerta.
Vuelvo a la cama.
Acaricio sus piernas, sus
nalgas duras, su cuerpo que tiembla y brilla, yo también tiemblo y quiero
hacerla mía de todas las formas, morder su cuello, ahogarla, su voz que me
pide, que me incita, que me ordena, que me enciende aún más, busco mi cinturón
entre la ropa y ato sus manos, fuerte, quito la funda a una almohada y tapo sus
ojos, entro en ella diciéndole malas palabras, le digo que es mía, que mataré a
cualquier hombre que quiera poseerla, ella dice no sé qué, no entiendo otra
cosa que esta lucha por ser uno y de pronto el reloj, todo son urgencias,
volver a casa como en un cuento infantil, el metro, despedirnos cada uno en un
andén como dos desconocidos, esperar la siguiente llamada, la próxima
oportunidad, me duele el alma, la realidad sentada en la cocina de mi casa,
esto es lo que es.
1 comments :
Maravillosa fuerza de escrito. Gracias por su lectura Pedro.
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