viernes, 25 de septiembre de 2015

Begoña.



…“pasar la vida con una elegante serenidad sabiendo que al final todo se disuelve en la nada”…

Begoña, tantos años bajando a Cádiz. Entonces no había autopistas, viajábamos de noche para evitar el calor, las niñas dormían en los asientos de atrás Parábamos a tomar café en ventas con gente inquietante y llegábamos justo a tiempo para desayunar en Carmona. Una vez pasado Lebrija casi se olía el mar, de ahí a Conil se nos hacía interminable. Tantos años de momentos deliciosos, ¿recuerdas?

Cuando las hijas se hicieron mayores dejaron de acompañarnos. Aguantamos dos veranos más y giramos el mapa. En Galicia también disfrutamos septiembres memorables. Era diferente, tú y yo solos, como novios, recorriendo las playas desiertas, bañándonos en aguas gélidas, extasiándonos con las puestas de sol. Allí nos llamó la mayor para decir que se casaba. Y la pequeña para anunciarnos que se marchaba a vivir a Londres. Solo volvían en Navidad y la vida cambió, tanto. Cómo me consolabas, Begoña.

En estas cosas pienso mientras vuelvo a Cádiz, un viaje nostálgico. No me riñas, ya sé que no ha sido buena idea pero estoy aburrido de esta soledad. Nuestros nietos estarían felices en la playa pero ni sé desde cuando no me visitan. Mi vista no es la que era y conducir de noche me está cansando demasiado. No sé qué quiero encontrar, tú dirías que sigo siendo un inconsciente. Lástima que ya no me lo puedes decir. Me duelen las piernas, creo que debo parar, me estoy orinando. No hay ni una casa, no sé para qué he venido, debería haber tomado la autopista, esta carretera es muy estrecha, iré más despacio, esas luces que se acercan me están deslumbrando. Te añoro tanto, Begotxu, tanto.




1 comments :

Maribel dijo...

¡Eres un mago de las emociones, y lo sabes! Pelos escarpiados al leerte y ¡también lo sabes! ¡Lo tuyo es tremendo!
Y bajo el influjo de la turbación, tu escrito de hoy me provoca dos lecturas. A saber dos puntos. Voy.

La primera.

El devenir de los años, en ocasiones, conlleva que eches de menos a aquella persona con la que iniciaste tu proyecto vital. No sabes dónde se perdió el punto de encuentro, la complicidad, la pasión. Y aunque sigues despertándote cada día a su lado, la sientes ausente, incluso extraña. Tú tampoco eres el/la mism@ de antaño. El pez que se muerde la cola.

La segunda.

La pérdida física del ser querido, la nostalgia, la soledad (impuesta) que se acomoda de copiloto en el asiento contiguo. Echar de menos a el/la compañer@ de viaje. La irrecuperable.

En ambos casos, el duelo pertinente. Y en este caminar mirando al frente, obligándonos a no detenernos, a veces se necesita hacer un paréntesis, repantigarnos en la cima de nuestra vida, disfrutar de los recuerdos que son los que conforman nuestro paisaje y cuando la nostalgia pellizque, mirarla con valentía y susurrarle con firmeza que estas vivencias son tu riqueza. Y que se vaya por donde vino.
No caer en À la recherche du temps perdu y apostar siempre por Le temps retrouvé.
Y ahora con tú permiso voy a hacérmelo con mi momento magdaleno proustiano, el que me provocó leerte. Voy a ello. Snif.

Besets y no sé, no sé, si darte gracias por emocionar-me. Va, sí, te las doy. Aquí quedan ;-)

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