Ya/Aquí.
Ya. Aquí. Esto de
hoy está dedicado a los viajeros de sí mismos, a los que transitan por las
interminables distancias interiores, esos que nunca llegan a su propio destino,
que siempre están detenidos en andenes intermedios entre la salida y la nada,
entre ser o haber sido, entre recuerdos y el tiempo escapándose de las manos
que acunan el vacío, dedos que señalan la inmensidad, lo que siempre está más
allá, inalcanzable, el miedo a que todo termine antes de llegar, antes de ser,
antes del orgasmo o el viento, antes de conocer el verdadero rostro del alma,
de la belleza, de romper los espejos, de refugiarse en las ruinas de palacios
vacíos, en carros de gitanos volcados en carreteras con barro y perros ladrando
en los caseríos, gatos junto al fuego, ancianas que nos miran con zarcillos en
las orejas, con una maldición en la lengua, con un gesto de cruces e
intermitencias, lejos de lo conocido, lejos de la historia, de lo que antes,
del sí, de haber salido de México y llegar a New York, de un pueblo perdido en una
esquina de Galicia, rumor de polvo, zorzales colgados de los alambres, vencejos
acariciando los arroyos, un hombre de uniforme revisa las entradas, un hombre
ciego ve el futuro, una mujer lleva en su seno la promesa del cambio, de lo que
tú no has podido ser, de los inventos, de higrómetros y cachivaches, de melenas
sumergidas en una corriente de tiempo y viento que nos abandona justo allí
donde confluyen las líneas que delimitan la impotencia y subir y bajar a
vagones huecos, ventanas cerradas, calefacción para el invierno y carbón
desgranándose por vías y vías, hierro y madera, minutos triturados, la muerte
agazapada en los túneles que nos atemorizan, nunca entramos a los túneles,
saltamos en marcha, nos golpeamos con rocas y peñascos, con carteles que avisan
“menos uno, menos dos, menos tres...”, nos engañamos, nunca llegaremos. Etc.
Aquí. Ya.
1 comments :
Sentados en una esquina, ignorados por los transeúntes, que acostumbrados a que formen parte del decorado ya ni reparan en ellos. Acumulando cartones que abrigan en las noches gélidas. La medicina servida en tetra brick. Incluidos en listas, condenados a ser un tanto por ciento. Con las manos vacías, y la ilusión de un mundo mejor como polizonte. Vender el alma al diablo para conseguir un pasaje que puede no tener destino. Fronteras de conveniencia. De Méjico a Brasil o de la meseta castellana en busca de El Dorado. Y a su costa los trileros se reparten el botín.
Rellenar currículos que acabarán olvidados en una papelera. Una fecha de nacimiento que te condena al descarte. Arañando la esperanza de salir del pozo, aunque ya ni uñas les queden para trepar las paredes.
Y los que comen caliente, sentados en sus tronos forrados de soberbia, les señalan con el dedo, creyéndose indemnes. Les miran por encima de sus conciencias de pacotilla, las que solo entienden del día del Domund; el que les permite vestirse con sus mejores galas para hacer la buena acción del año.
Y ya, que sobrecogedor e impecable escrito, Pedro. Se transforman tus letras en el espejo de una realidad que también existe, que duele.
¡Qué bien te sienta a ti el jet Lag, hermoso!
Bienvenido, bienhallado. Besitos, corazón.
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