jueves, 13 de marzo de 2014

Ferroviario.




No me escribas más, me dices, no me escribas, que no quiero esperarte, que no quiero esa ansiedad de estar en la ventana, esa curiosidad de abrir la puerta del balcón para ver si subes desde el camino de la plaza.

Y no te escribo, no porque no sepa qué decirte, no porque se me hayan agotado las palabras, no te escribo porque me basta con mirarte para que el aire se encienda y sea nuevo, porque cuando nuestros cuerpos se juntan explota una estrella y nos fragmenta en minúsculos nosotros que bailan juntos dentro de un círculo de velas que iluminan una noche que espera al día.

Tú dices que no, pero esto que nos ocurre es raro, complejo, rico, fascinante, lleno de enramadas bajo las que nos cobijamos mientras llueve, y nos mojamos dos veces y nos abrazamos, atónitos, y nos damos las gracias como educados amantes que se despiden poco antes de que den las diez y los vecinos aplauden nuestros juegos de manos y Barcelona está lejos pero menos que México DF.

Yo me pierdo en tus ojos, me busco en tu escucha atenta, me crezco entre la hiedra de querernos así, como adolescentes asustados, ilusionados, maravillados porque aún sean posibles los milagros cuando ya nos habíamos borrado de la nómina de creyentes, de la relación de regantes de olivos en Jaén, de malabaristas ebrios que saltan de tu ventana a la mía, se retuercen, gritan y viviría en tus caderas, o cerca de ellas, encaramado al andamio de besarte el ombligo, los músculos de tus brazos, la barbilla, entraría de cabeza en tu sexo y te nadaría por dentro hasta conocerte entera, espeleólogo de tu intimidad, con mi uniforme de submarinista, con mi curiosidad de novicio, con mi hambre insaciable de ti porque te descubro facetas nuevas cada día, resquicios por los que me cuelo y fisgo en tu interior y me siento ahí, escuchando tu respiración, tus vertientes, tus subidas y bajadas a territorios que ni imaginaba, pobre hombre limitado a disfrutar del prodigio de haberte conocido justo ahora cuando ya las aguas se retiran, cuando la tormenta amaina, cuando el sol se esconde entre la niebla, reina de mis 32, antes de mis 31, emperatriz de mi actividad amorosa, diplomada en hacerme feliz, enmarco tus suspiros y los cuelgo en la pared de mi yo, donde me reúno conmigo mismo, con mis circunstancias, con mi soledad.

Ay, mi bella amante en tu plenitud, tan inteligente, sensible, dulce, especial, diferente, sonriente a veces, llorosa otras, deliciosa siempre, apasionada, milagro al que quiero besar la mano en esta mañana luminosa, regalarte mi mirada limpia, mi promesa de que intento con todas mis fuerzas poder corresponder al caudal de emociones intensas que dejas en mi puerta, así, como si nada, de forma natural.

Quiero acariciar tu frente para que estés tranquila, feliz, relajada antes de tu viaje, aunque te vayas tan lejos y no nos veamos ya nunca más. Después recoger los pañuelos mojados de lagrimas, tenderlos en una cuerda sobre la vía de ese tren que te lleva a no sé donde, acurrucarme entre las piedras y quedarme ahí, inmóvil, indiferente a la locomotora de la tristeza que viene a toda velocidad y que de forma irremediable me arrollará.




2 comments :

bixen dijo...

La mano, la oreja, los dedos y la llave, tienen su gracia (fíjate). Sé que no pretendes que critiquemos las fotos, pero que veas que te sigo y leo.
Yo a "mis chicos" les digo: Si nadie dice nada de las máquinas, es que van de puta madre. Ya me entienden.

cristal00k dijo...

Caray! que cosas pasan en Barcelona... y yo con estos pelos ;)

Fantástico! como casi siempre.

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