Ir y venir.
El pulso de los muertos
retumba insoportable
en los armarios,
ya no sabemos dónde guardar
nuestra comida hecha de relámpagos.
Abrasados en llanto,
el menor de los pájaros
es más fuerte que nosotros.
Julia Otxoa.
...Tanto
ir y venir y resulta que estaba todo aquí mismo, en esa esquina, ritual de
cafés en el boulevard, memoria de tiempos pretéritos, ella caminando con sus
hijas tomadas de la mano, sonrisas en casas luminosas, así estaba entonces,
recuerdos de colores, “mira qué guapa era yo”.
Me
pregunto si tengo derecho a conservar sus fotografías, sobre todo esas que
incluyen a su familia, amigas, estancias, perros y gatos, caminando en una boda irlandesa, su esposo, sus pies,
su hijo pequeño mirando el mar, la hija mayor sonriendo como una mujer que la
hace mayor, hasta qué punto puedo tenerla así, detenida, corriendo por la playa, otras sonriendo al fotógrafo, “mira qué guapa soy ahora”.
No
sé si debo meter los libros que me regaló, las cartas, sus regalos, los
recuerdos en una caja de cartón y dejársela en la puerta, borrar los ficheros,
el dolor que se me pone en la nuca cuando pienso en ella, la ansiedad de esperar
aquellos SMS al móvil “puedes subir cuando quieras”
¿Y si solo hubiera sido una atracción
pasajera? y si no... No. A veces lo pienso, me recreo en momentos, no olvido,
ay, pero no, no pudo ser sólo eso, justo ahora sé, por centésima vez, que me
estoy volviendo a equivocar, que no aprendo, que soy un obstinado iluso
atrapado en un laberinto, buscando huellas en la nieve, olor de las frutas del
milagro en una mesa a la que no estoy invitado. “Se canta lo que se pierde”.
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