Cerezas.
Todos los días antes del almuerzo,
el hombre barbudo camina hasta el viejo olmo del parque y se queda allí escuchando como respira su
corteza añosa. En un banco cercano, la reina de los gatos habla a los felinos
de pasados misteriosos, de su ayer brioso. Los gatos no entienden nada, los
gatos son unos animales egoístas y ensimismados que no prestan atención a la
delicada mano que los alimenta, mano de falanges y venas azuladas, de uñas y un
sorprendente anillo dorado.
Uno de esos días el barbado lo
advierte: al llegar al tercer tramo hindú la superficie del océano se eterniza,
hay un punto anterior a la revelación, un instante misterioso y fértil cuando
el inexplicable don aparece. Y lo entiende, sabe, puede tocarlo con la punta de
los dedos que agitan la untuosa sopa de la casualidad, del azar.
Quizás entonces es el momento de
abandonarlo todo, de huir hasta quedarse sentado al viento de levante,
ignorando los gritos de los que llegan en pateras, viendo crecer la duna de
Bolonia hasta sacarse uno a uno los puñales del escepticismo. Insensible al
recuerdo de sus bragas escondidas bajo la ropa amontonada en una silla, los
calcetines dentro de un zapato, ella ahí enfrente con su mirada miope, con los
brazos cruzados sobre los pechos breves, el pliegue del cuello expuesto al
choque de labios y dientes, él ansioso como Jeff Buckley, sereno como un
sinuoso animal oscuro que no tiene prisa en comenzar el almuerzo junto al olmo,
sólo, pan, aceite y el farfullar de la vagabunda.
Un día, otro día.
2 comments :
Observar la ciencia con la óptica del arte; el arte con la óptica de la vida ¿y la vida?
No me gusta contestar comentarios anónimos. Este tuyo puede dar lugar a diferentes interpretaciones. En cualquier caso si en los escritos que aquí dejo no ves la vida te recomiendo que cambies de óptico, de arte y ya puestos, de vida. Saludos firmados.
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