Tú en Gata y yo en Finisterre.
Entre
la piel y el alma hay una playa donde languidecen jardines que se ahogan
mientras pasan los días –quién lo diría- incluso pasan los años y aún no
estamos en foto fija, tenemos bordes, olores entre los dedos, miradas táctiles,
química de antimonio y remordimientos, de ácidos delineando los contornos de la
coincidencia, análisis de aceros o de mentes, minuciosa evaluación de carbono o
de dolores, porcentajes implacables que dibujan y definen, oxígeno que
respiramos desde las riberas, tú a un lado, yo a otro, la vida en medio con su
carga de realidades, río implacable, sin sitio para peces soñadores, sin
pescadores melancólicos, huraño el conductor de este autobús que me lleva a
Finisterre, cunetas interminables con paisajes de bosques quemados, no hay
espacio para la esperanza de lo verde, ya llegará la primavera mientras tu
lucidez, tu disciplina, París y este tiempo de verdades – también tu conductor- te sitúan en el cabo
de Gata, -ay, septiembre- lejos, estamos lejos, ya no somos y sólo queda
aferrarse al faro y soportar el viento, ser viento, acariciar las rocas y
gritar ahora que nadie me oye, inútil desgañitarse, es igual, la lluvia ha inundado
los caminos de regreso, los caminos, no podemos estar más separados y esos
corteses besos en la mejilla, cuando nos vemos, cuando nos despedimos, son una
educada muestra del terremoto, un rescoldo del incendio aquel, la evidencia de
tus piernas y las mías, evocación de tus muslos, generosidad de noches
amándonos en un insomnio apasionado, cartas en el altillo, testimonio de
cicatrices y tatuajes, toboganes encerrados detrás de la puerta, flores y
cenizas, no recuerdo si te traje caracolas de mis viajes, si pinté tu nombre en
algún mármol de Roma, si te herí de norte a sur, si aún vivo en el destierro de
palabras huecas, si me perdí frente a la frontera de señales despintadas, si
solo quiero quitarte la ropa, escalar el vacío de tu espalda, vestirte de suspiros y comerte como a una fruta, mujer manzana,
beber tus jugos, fuente en una esquina de mis calles, morder tu resistencia y
despeñarme en tu cuerpo de miel, anciana que miras y ves y ya no eres y
cabeceas en esa barca sin remos, navegante de cala en cala de nombres curiosos,
en las que no nadaré, en las que no me sumergiré, aguas prohibidas, azules,
pastores de rebaños perdidos en esos desiertos, prestidigitador de palomas y
pañuelos de seda, de voces en madrugadas de viernes, con resquicios de miradas
ausentes esmerándose en la conciencia avivada, en la desazón del misterio
fugitivo, transbordos en trenes nocturnos, en estaciones en penumbra, en túneles
sin final, no se pueden saldar las viejas deudas con suspiros, no me acostumbro
a esta intemperie sin fin y todo se ha vuelto negro desde esta mañana. Dame
luz.
(No
sé como terminar.)
0 comments :
Publicar un comentario