miércoles, 16 de enero de 2013

Aburrido

Hay que inventar respiraciones nuevas.
Respiraciones que no sólo consuman el aire,
sino que además lo enriquezcan
y hasta lo liberen
de ciertas combinaciones taciturnas. 

Respiraciones que inhalen además
las ondas y los ritmos,
la fragancia secreta del tiempo
y su disolución entre la bruma. 

Respiraciones que acompañen
a aquel que las respire. 

Respiraciones hacia adentro del sueño,
del amor y la muerte.

Y para eso hay que inventar un nuevo aire,
unos pulmones más fervientes
y un pensamiento que pueda respirarse. 

Y si aún faltara algo,
habría que inventar también
otra forma más concreta del hombre.

Roberto Juarroz.


Quise encontrar en otros lo que en mi ya estaba.
Me perdí.
Y así sigo mientras llueve, llueve mucho, no para esta lluvia fría que me llena de tristeza, de melancolía, quizás este invierno se me está haciendo demasiado largo, nostalgia del verano, cuando vuelva a ver a Marie. Quizás para entonces ya pueda caminar.

Vamos a ver cómo resuelvo esto del humo, lo de hacer el amor en el trastero, la extravagancia de querer comerme la mañana a bocados, sin semáforos, con música de Respighi por las aceras, es culta la ciudad donde viven mis amigos, la multiplicación de saludos por si algún día alguien inventa carretillas que lleven tiempo dorado, agujas de gramófono para los discos del trastero, monedas de cincuenta céntimos sin agujero, aquellos billetes arrugados con la cara de Cervantes, la mano en el hombro del que nos precedía, reata de caballos pardos montados por ciegos, relojes anoréxicos y estorninos bombardean excrementos en el parque que desde aquí veo, cerezas y no me sale escribir tumbado, es incómoda esta postura, me pica la pierna, Pilar no ha llamado, no hay pan para comer, me faltan cuarenta y tantas páginas para acabar el Stoner que me recomendó Enma, me aburro, me aburro miserablemente y lo que me queda. Maldito retrovisor, no le vi llegar, salió de la nada, sigo en la nada, soy un maldito cojo de la nada.

(Enrique Flores)



Así eran aquellas mañanas en las que el mal tiempo y su convalecencia obligaban a Parker a quedarse tumbado frente al ventanal, mirando la calle, el  ajetreo de coches y viandantes ahí abajo, lejanos.

Fue un accidente fortuito pero se produjo en un momento especial, cuando su carrera había alcanzado un interesante punto de ingresos y reconocimiento. Dos meses de cura y reposo antes de la rehabilitación, una eternidad para su vida nerviosa, ajetreada. Tener calma era el primer ejercicio.



       

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