Hace tres años.
Supongo que en un país de la América pobre se puede creer o dejar de creer en Dios y en el hombre igual que en cualquier otra parte del mundo, pero quizás aquí las circunstancias, siempre extremas, hagan que estas pérdidas o estos hallazgos de la fe resulten más sobrecogedores que en otros lugares.
Yo me hice cura por mi tío Zacarías, el tío rico con quien tuve la suerte de contar. Quizás rico no era, pero más dinero que todo el resto de mi familia sí que tenía. Fue él quien me dijo una vez, siendo yo niño:
-Diego, ¿crees en Dios?
-No lo sé, señor.
Era el único a quien llamaba "señor", quizás porque en aquel entonces sólo a él conocía que tuviese pistola y que me daba de comer de cuando en cuando.
-Diego -siguió preguntándome mi tío- ¿tienes hambre?
-Mucha, señor.
-¿Y si para comer tienes que creer en Dios?
-¡Yo creo en Dios, tío! -casi grite, esperando que de esta forma aliviase el hueco de mi vientre.
Así comenzó mi aprendizaje de la fe cristiana. Poco después de esa conversación, mi tío hizo que me ingresaran en un seminario, donde comí lo suficiente y vestí bien y estuve protegido de tantos males que acechan a la gente pobre de mi país. Aprendí a vivir con comodidades que nunca hubiese tenido de otra forma, aunque no logré creer en Dios, a no ser de boca para afuera.
(Los Resucitados.//. José Manuel Fernández Argüelles)
Hace tres años, ya, encalé con poético espesor la pared informe. Me dispuse a defenderla de las serpientes después de la lluvia, del chillido de los vencejos antes de septiembre, de los planos y niveles de la nostalgia aún no vencida (cautivo y desarmado, etcétera).
Enfrascado en estas tareas y en otras no menos importantes, descuidé el riego de los relojes, el riesgo del murmullo detrás de la línea donde rompen las olas y, sobre todo, el cultivo de mis jardines y facetas menos conocidas (por mí mismo).
Han pasado los meses, sin orden ni concierto, tan pronto era mayo como noviembre. El vengador está ahí, emboscado, trata de esconderse en lo oscuro pero puedo ver sus movimientos entre las ramas de la higuera. Aún así he clausurado la muerte, es la hora de la vida plena (enterré a S como Tarantino a UmaThurman).
Juré que no lo contaría jamás, pero mi elección no es silencio, coloco velas cada medio metro del borde del misterio, espero la noche para encenderlas, para recordar al adolescente que fui (vano empeño, soy un hombre, libre pero lejos de aquel).
Y los días caminan al borde de un río luminoso, en el polvo quedan las huellas de la fortuna (llevo la relación de los milagros como cuentas de un collar de perlas, estoy seguro que nunca volveré allí).
12 comments :
Olí una cierta chamusquina y eran tus velas. El río ardía, no sólo las pérdidas, no quedaba ni un ligero esquife para salvarme. Todos huían.
Volver...quizás sea solo una asignatura pendiente.
Bikiños con aroma a café y mañana queriendo amanecer.
virgi
chamusquina : Acción y resultado de chamuscar.
chamuscar :. Quemar una cosa por la parte exterior
En mi caso se me quemó el interior.
Me ardió el alma.
No me extraña que todos huyeran
Mayte, pues en mi caso he suspendido definitivamente esa asignatura.
Y no me quedan convocatorias.
¿Ha amanecido?
Descuidar el riego de los relojes no provoca la sequedad de sus manecillas. Muy enraizadas están. Pero la suerte de las velas es acertada, mientras no abuses como en Pedraza.
Buena plaza esta tuya que me han recomendado de buena tinta.
Salvo la tipa cimbreante que asciende tras la inmersión(¡que menudo cuerpo!), salvo el dominó, el zarpao del barco y el título noto cierta similitud con:
http://glup2.blogspot.com/2009/03/hace-unos-anos.html
Hay perdón por mi parte pues nada te exigimos, disfrutamos y, ademas, es lo que tiene el encalado de las paredes informes: se superponen muchas capas de pintura similares.
Besos repetidos.
Pues nada Tinta de aterrizaje, bienvenida a esta plaza.
Por cierto ¿las plazas siempre son redondas?
No, las hay cuadradas, elípticas, octogonales, etc.
A qué viene esto?
Ni idea.
Gracias por venir.
Ventana indiscreta, no me lo puedo creer.
Muchas gracias.
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Alucino en colores.
Nunca se vuelve a ningún allí. Siempre es otro momento, otras sensaciones, otro allí.
Gracias por no elegir silencio.
Un beso.
Hace tres años también empecé a encalar la pared de mi alma con poética prosa y enfrascada en esta tarea descuide poner en marcha algún que otro reloj cuyas manecillas marcaban mi vida y dejé de buscar la solución al misterio y apagué las velas que me indicaban el camino porque su humo me cegaba los ojos. Asesiné la luz que oscurece.
Un abrazo, no se porque he escrito esto, pero tal cual me ha salido
Hace casi siete años el reloj se paró...desde entonces ella no es la misma; ha dejado de soñar, solo ve la realidad.
Hace casi siete años comenzó a andar por otro mundo cuyas paredes son como el arco iris; porque ella así lo quiere, porque lo necesita.
Pobre bella durmiente...pero despertó.
Un beso dulce
Mandó llamar al Vicario General, amigo desde la infancia.
Pobre, dijeron, ahora que sabe que está en las últimas…
Sabrás tú lo que me espera -le dijo al amigo-, pues en largas tardes confesé contigo, aunque nunca lo hice de rodillas ni en un confesionario. Sólo te llamo para despedirme y recordarte que, para mi desgracia, no tenías razón. Aún ahora sigo sin tener dudas.
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Ya ves, Pedro, éste ni de boca para fuera.
Creo que al narrador de tu historia no se le olvida dar cuerda todos los días a su reloj, aunque se deslice con frecuencia por el catalejo del tiempo.
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