The Five Senses; Touch (c.1865) - Henry Guillaume Schlesinger (1814–1893)

martes, 19 de julio de 2011

No era mentira.



Se llena la tarde de gaviotas transparentes, de este silencio atroz entre tú y yo, este silencio, la amargura de la distancia, no verte, saber que hoy estás triste y no poder decirte que es el domingo gris, las nubes, este absurdo julio que más parece otoño, lo que fue, llamarte, que coincidan mis llamadas cuando te desnudas, escucharte, contarte, nuestro último encuentro, el primero, los recuerdos, los desayunos, la dulce piel de tus caderas, la tibia claridad de tu mirada, tu abandono, el pelo en la cara, los misterios, las cartas a deshoras, tu facebook, el mío, buscándonos, tentándonos, ya no nos escribimos, tu voz que olvido con desgarro, tu aliento en mi pecho, mis besos en tu cuello, en la nuca, tus consejos, las manos tímidas que intentan caricias, tu boca, tu sonrisa, mujer que sabe lo que quiere, ay,  no un amante, no un hombre que te pierda, más bien alguien que te encuentre, lo que eres, lo que mereces, lo que necesitas, quizás, mientras tanto el verano pasa triste, todo pasa, llegará el otoño a nuestro otoño y aquí, tan lejos, te seguiré añorando sin saber si hay mañana, sabiéndolo, intentaré que agosto sea una fiesta aunque me duelan los dedos de no verte, el alma, los pulmones, no exagero, no son palabras, eso que tiembla es mi tristeza en este domingo gris, flotando, alrededor estoy, te añoro.     



lunes, 18 de julio de 2011

Ruidos (4)


El piso de arriba se alquilaba.
No sé si era un buen negocio.
Cada cierto tiempo teníamos vecinos nuevos.
Todos traían sus propios ruidos.

Recuerdo los de aquella pareja de mediana edad. El leve roce de las zapatillas en el suelo, sus voces altas y joviales, sus risotadas, el silbido de la olla a presión en la cocina, el gotear de la ropa colgada en el tendedero.

Él era muy simpático y sociable, solía llevar un maletín, alternaba con los habituales de los bares, saludaba a todo el mundo, hacía bromas con las señoras de edad, las ayudaba con la bolsa de la compra, cruzaba la acera con el ciego de los cupones, leía el periódico en los bancos del paseo y tenía una palabra amable para todos los paseantes.

Ella era pura discreción, hacía la compra en el mercado, no chismorreaba en los corros de la plaza, siempre sonriente, bien peinada, caminaba con elegancia natural.

A pesar de que por su casa pasaban muchos señores trajeados, conocidos del barrio, no llegaban sonidos discordantes, molestos, solo el runrún de conversaciones en tono monótono.

Los dos eran muy agradables. Por eso nos sorprendió el día que vino un coche de la policía y se los llevó, esposados. Alguien dijo que eran estafadores, que habían timado a medio barrio con inversiones en negocios ficticios. Fue una triste noticia, sobre todo para los afectados. Carmelo, que perdió varios millones de pesetas murió al de pocas semanas, alguien dijo que de vergüenza.

Otra vez pusieron el cartel de “Se alquila”.
Nos fuimos a vivir al centro.




Durante varios días he dejado estos textos que he titulado Ruidos.
Los escribí hace algún tiempo.
Me parecen mediocres pero tienen una característica, son ciertos, me ocurrieron.
Creo.
Hace tanto tiempo.



domingo, 17 de julio de 2011

Ruidos (3)




El piso de arriba, el segundo izquierda, se alquilaba.
Pasaron dos meses y vinieron vecinos nuevos, con sus ruidos.

Por lo que decían los vecinos eran dos chicos y una chica, estudiantes preparando oposiciones. Nunca les veía, no sé cómo o cuando subían por la escalera. Apenas se oían ruidos, sólo llegaba el sonido de la ducha, se duchaban a menudo.

Una tarde me tropecé en el portal con uno de ellos.
Egunondijo.
¡Joseba!, coño, ¿qué haces aquí?me sorprendí.
Vivo en el segundo piso respondió.
Qué casualidad. No nos veíamos desde la mili ¿estás bien? dije.
Sicortó, escueto.
Bueno, ya hablaremoszanjé.
Vale, agurse despidió.

Lo que son las cosas, Joseba y yo estuvimos juntos en el cuartel de Zaragoza durante seis meses, en la mili, él dormía en la litera de arriba. Era un chico reservado, no hablaba demasiado y menos de sus emociones, de su familia, de cosas personales. No nos hicimos  lo que se dice amigos, aunque era un buen compañero, siempre dispuesto a hacer un favor.
No había cambiado mucho físicamente, pero tuve la impresión de que no le hizo gracia nuestro reencuentro. Ni me llamó ni volvimos a coincidir más.

En el día a día siguieron siendo vecinos discretos, silenciosos.

Coincidió con el atentado en Gernika, una bomba colocada en una carretera cerca del cuartel al paso de un convoy militar, dejamos de escuchar el sonido de la ducha. En el balcón del segundo piso volvió a lucir el “Se alquila”.



sábado, 16 de julio de 2011

Francisca Aguirre.


Testigo de excepción

Un mar, un mar es lo que necesito.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar, un mar es lo que necesito.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
Tampoco quiero flores, manos,
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
Yo sólo quiero un mar:
yo sólo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
Un mar, un mar del que ser cómplice.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.

Francisca Aguirre.


Biografía

Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930. Es hija del pintor Lorenzo Aguirre, a quien le dedicó el poemario “Trescientos escalones”, y que fue condenado a muerte por el régimen dictatorial franquista. Está casada con el poeta Félix Grande y es madre de la poeta Guadalupe Grande.

Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués y valenciano. Su primer poemario, premio de poesía Leopoldo Panero, fue Ítaca, publicado cuando la autora contaba con 42 años. Desde entonces, y con la excepción de la década de los 80, la autora ha continuado publicando su obra de manera ininterrumpida.

Singularidad de la poeta a nivel generacional

Aunque la poeta pertenece por fecha de nacimiento a la generación del 50 (Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente nacen en 1929, Francisco Brines en 1932 o Claudio Rodríguez en 1934) lo cierto es que la tardía publicación de su primer poemario ha supuesto que su nombre se vea apartado de las antologías de su generación y que sólo hasta hace poco su reconocimiento como poeta haya crecido significativamente. Como la misma autora dice “considero que pertenezco a esa Generación del 98 paciente, sin prisas, que como explicaba Antonio Machado, pensaba que el arte es largo y además no importa, porque lo único importante es la vida”.

Poética

Como la propia poeta declara, “la poesía es una herramienta del conocimiento y sirve para sacar lo que llevamos dentro”.
En este sentido, a nivel temático, la poesía de Francisca Aguirre se mueve por un lado como testigo del mundo en el que vive: “Si el artista no acepta un principio de realidad está perdido. Para modificarla es necesario que previamente la aceptemos. A lo largo de todos mis libros yo he intentado eso: dar noticia de mi historia”. Por otro lado, la reflexión, de un marcado carácter existencial, se une umbilicalmente a su mirada externa para conformar un universo propio, proteico, dual y a la vez concentrado en un núcleo en el que la poesía es el rastro de la vida, lo perenne.




viernes, 15 de julio de 2011

Ruidos (2)




El piso de arriba se alquilaba.
Al poco tiempo llegaron vecinos nuevos.
También trajeron sus ruidos.

Era una pareja dispar. Ella, vistosa, alta, con vestidos ajustados, altos tacones, labios con carmín rojo. Él, achaparrado, pobladas patillas, gesto torvo. Daban los buenos días en la escalera con voz baja. Paseaban por el barrio, el hombre parecía colgado del brazo de ella.

En aquel periodo apenas se oía nada en el segundo piso. Solo los ecos del amor, los muelles de la cama, cuando él la pegaba. Llegaba con claridad el ruido de los golpes, metódicos, los insultos, los quejidos de ella, sus insultos de vuelta.

Un día reapareció el cartel de “Se alquila”, imaginamos que se habían ido.
Durante unas semanas tuvimos silencio.



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