Voy a ver (dijo el ciego y nunca vio)
Ahí, entre lo que sueño, deseo y hago me sitúo en la no aceptación de lo quieto, dentro de un rumor de ánforas que contienen minúsculos territorios nuevos. Así, una niña se acerca y me entrega la flor de una magnolia bajo la que nunca me he sentado. Dejé hace tiempo de envejecer en el umbral de la sala de espera de mi psiquiatra. Epícteto me regala máximas que dicen y no dicen. Camino por la ribera de la Ría y oscuros peces me acompañan ascendiendo en la pleamar. Aún con los ojos cerrados no siempre estoy dormido. Madrugo. Un día vi a la muerte travestida, mirándome (y sí, vi la luz blanca esa que dicen, la del final de un túnel). En las tertulias de los que se sientan en el pesebre no hay sitio para el color blanco, o para el verde, solo hay un color, el suyo (que casi nunca es el mío). No me aletargo, al menos no en los últimos 693 días. No meto mis pies en los arroyos que bajan de la montaña del miedo. No me acuesto al lado de recuerdos que solo sirven para enturbiar el gesto, para romper la sonrisa. Sí quiero acostarme al lado de la mujer que amo. Busco sin descanso los privilegios reservados a los dioses y no sé cómo no dejo de escribir y me lanzo a los caminos. Es lo que haré ahora mismo. Voy a ver.
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