“Quien no se resiste a percibir el deterioro acaba reivindicando, sin demora, una justificación especial para su permanencia, actividad y participación del caos. Hay tantas consideraciones sobre el fracaso general como excepciones para la propia esfera de acción, domicilio y circunstancia. La voluntad ciega de salvar el prestigio de la propia existencia, más que de liberarla al menos –mediante una valoración distanciada de su impotencia e intrincamiento– del telón de fondo de la ofuscación general, se va imponiendo casi en todas partes. Por eso está el aire tan cargado de teorías sobre la vida y concepciones del mundo, y por eso éstas parecen aquí, en este país, tan pretenciosas. Pues al final casi siempre sirven para legitimar alguna situación particular, totalmente insignificante. Por eso también está el aire tan cargado de las quimeras y espejismo propios de un futuro cultural que, pese a todo, irrumpiría floreciente de la noche a la mañana: porque cada cual se compromete con las ilusiones ópticas de su punto de vista aislado.”
(Dirección única) Walter Benjamín.
Aceptado, tiro la norma al río y sigo nadando hasta vaya usted a saber qué mar, marinero, que me mareo de solo pensarlo, cabeceando entre las olas, ondiñas veñen e van,non te embarques rianxeira que te vas a marear, esto va así y somos lo que somos -¿qué somos?-.
Te invito a mirarnos.
Sí.
(No sé si hay otras direcciones) Pedro M Martínez)
Estar solo, ¿quién no está solo?, después de todo es una condición natural. Pasear en círculo, ir al mercado, silbar, intentar cánticos nuevos, hacer un acto de fe para inventar el silencio, abrazarse al silencio, buscar en el aullido de los lobos que cercan la caravana el espacio entre la arena y el sudor de las constelaciones, divagar, no asomarse a la ventana, no estar de humor para festejos, componer himnos de seda, mirarse al espejo sin reconocerse, simular una oferta a los dioses ciegos, el amor no está en el índice de este libro, todas las plegarias se pierden en la noche que crece llena de esperanza, dormir y mañana será otro día.
Bien sé que en algún momento del itinerario se producen deserciones, por hastío, repetición, cambios de aire, balanzas no recíprocas, tú me das yo te doy, pito, pito, colorito, donde vas tú tan bonito, la distancia, el día a día, los escritos al viento que cada uno interpreta según su voluntad, uno tan pronto es el que está arriba, en la almena, el protagonista, como la heroína o la se esconde detrás de una cortina que oculta o muestra, ya digo, según su voluntad, como debe ser. Yo qué sé.
Mientras Parker dice y dice ay, Marie ordena los tarros de mermelada, los botes metálicos con galletas de chocolate, el café colombiano lo separa del venezolano, escarda en el jardín, planta gladiolos, pinta el marco de una puerta, riega los geranios, se apoya en el rastrillo con un gesto encantador, destacando la cadera arranca la raíz de malas hierbas, quita la polilla de un mueble antiguo, da cuerda al reloj de péndulo, suenan teléfonos, le invita a cava, le ofrece un plato de jamón, no puede parar quieta.
Pero Marie escucha, asiente, entiende, siente la confusión de Parker, su nula aceptación del contratiempo, llora con él, arrepentida, amiga, le dice que orine antes de ponerse en viaje, le despide agitando la mano desde la puerta y la cierra, cierra la puerta…
Utopía y desencanto. Muchas cosas se vienen abajo, cuando se viaja; certidumbres, valores, sentimientos, expectativas que se van perdiendo por el camino -el camino es un maestro duro, pero también bueno. Otras cosas, otros valores y sentimientos se hallan, se encuentran, se recogen en él. Al igual que viajar, escribir significa desmontar, reajustar, volver a combinar; se viaja en la realidad como en un teatro, desplazando los bastidores, abriendo nuevos paisajes, perdiéndose en callejones y deteniéndose delante de falsas puertas dibujadas en la pared:
A veces los lugares hablan,
otras callan, tienen sus epifanías y sus hermetismos. Como cualquier otro, el
encuentro con los lugares -y con quien vive en ellos- es aventurado, rico en
promesas y riesgos. Algunos lugares le hablan hasta al viajero más distraído e
ignaro con la evidencia misma de su aparición y de la vida que en ellos bulle.
Otros se confían a una elocuencia indirecta, seducen sólo a quienes los
recorren conociendo lo sucedido entre aquellos árboles o en aquellas calles: la
habitación donde murió Kafka, en Kierling, dice tantas cosas, pero sólo a quien
sabe que entre aquellas paredes Kafka vivió sus últimas horas y mira hasta las
grietas de las paredes bajo esta luz. Otros lugares se cierran en un opaco
silencio y el encuentro fracasa; también el viaje, como toda aventura, está
expuesto a la derrota y a la esterilidad. Y esto sucede porque el viajero -por
ignorancia, soberbia o acedia- no encuentra la llave para entrar en aquel
mundo, el vocabulario y la gramática para comprender aquella lengua y descifrar
aquella cultura. El status viatoris
que el
pensamiento religioso atribuye al hombre implica también esta fragilidad, esta
alternancia de gloria y caída, la capacidad de salvación unida a la exposición
y al jaque mate y a la culpa.
Hay lugares que fascinan porque parecen radicalmente diferentes y
otros que encantan porque, ya la primera vez, resultan familiares, casi un
lugar natal. Conocer es a menudo, platónicamente, reconocer, es el brote de
algo acaso ignorado hasta ese momento pero asumido como propio. Para ver un
lugar es preciso volver a verlo. Lo conocido y lo familiar, continuamente
redescubiertos y enriquecidos, son la premisa del encuentro, la seducción y la
aventura; la vigésima o centésima vez que se habla con un amigo o se hace el
amor con una persona amada son infinitamente más intensas que la primera. Esto
vale también para los lugares; el viaje más fascinador es un regreso, una
odisea, y los lugares del recorrido acostumbrado, los microcosmos cotidianos
atravesados durante años y años, son un desafío ulisiano. "¿Por qué
cabalgáis por estas tierras?", pregunta el alférez en la famosa balada de
Rilke al marqués que avanza a su lado. "Para regresar", responde el
segundo.
Claudio
Magris, 'El infinito
viajar'.
Anagrama. Traducción de Pilar García Colmenarejo.
Parker está contrariado, sentado en el dique del no continúo. Pasan los días verdes, los morados, su cabeza se hilvana de hilos negros, hierve con libélulas de deseo, con mariposas meciéndose en los largos tallos de los gladiolos, con ranas croando en el filo del verano. Siempre es no.
Lo sabe. Trata de encontrar consuelo, llama a Marie, embriagado de soledad, herido, envuelto en la gasa caliente del desamor, con retorcidos alambres de miedo, sin saber asumir la realidad del amor roto, hundido, perdido ya bajo el cieno del tiempo, de tanto tiempo, llama a Marie
Sin preguntas, sin reproches, Marie le acoge entre sus brazos comprensivos, firmes, cálidos, más maternales que amantes, dibujando una fina línea que no debe traspasar.
Ahí se refugia y dice, sigue, mitiga su rabia pero no la sed, el deseo incumplido, se busca en la ternura y también ahí termina herido, frustrado, incompleto, debilitado, ausente.
En la película, antes de un viaje a la Polinesia, él novio de la hija del protagonista rompe su relación amorosa de varios años.
Tú lo sabes, ¿por qué se ha ido con esa mujer? - pregunta a su padre.
Dijo que era buena en la cama - le contesta.
La vida sigue hasta que ella no se decide entre un escalador de sí mismo, un encantador de serpientes, un obrero de la construcción de emociones, un recogedor de conchas, un adiestrador de pájaros y pulgas, un poeta retirado, un triste hombre que cierra los ojos al anochecer pero que sabe cantar al alba.
Lo encuentra en la mitad de una plaza porticada, junto a la fuente donde beben gorriones, palomas, transeúntes despistados. Un hombre taciturno que ve programas de televisión de esos que tatúan, personas con síndrome TOC, constructores de casas mínimas y otros bodrios que compensan a Gaddis y a Barth. No es guapo y no tiene dinero, no sé qué le ve.
El caso es que se casa, como diría Ana María Matute: "El que no inventa no vive", pero ni es feliz ni come perdices y solo piensa en aprender eso de la cama por si vuelve el de la Polinesia.