The Five Senses; Touch (c.1865) - Henry Guillaume Schlesinger (1814–1893)

miércoles, 10 de enero de 2024

Niño llorando



Arrebujado en el amanecer desnudo, con gavilanes heridos y cuadrículas de luz en el encinar, devastado como un jilguero que entrega su canto mientras atraviesa el fuego y las letanías, las alondras reverberan en el límite del bosque, resuenan cantos de taberna y aún con los labios heridos no puedo recitar.

martes, 9 de enero de 2024

Penn Station.

Louis Stettner. A traveler waits in the snack bar. Penn Station. 1957


La noche era un limón y un viento ciego, agorero, me dejaba en los zarzales del aire, como un palafrenero sin carruaje ni caballos, un perro acosado por remolinos de melancolía, descontento, con una sensación de enardecidos gamos saltándome, sin respeto, con zarpazos en el declive de ser la mitad, o menos, de lo que fui, de haber sido, hace tanto.

lunes, 8 de enero de 2024

Los curas no llevan bigote

 


Esta vida me puede, estoy lleno de interrogantes, agobiado, intentando ampliar mis escasos conocimientos. En mi ignorancia, en mi cabeza hueca, aunque no es el tema que más me preocupa, en estos momentos no recuerdo ningún cura que lleve bigote. Así, a botepronto, recuerdo algún misionero con barba, incluso alguna monja, pero con bigote solo, no. La verdad, no trato demasiado con el clero en general, pero usted ¿recuerda haber visto algún sacerdote que lleve bigote?

Ahora que lo pienso en los últimos años apenas hablo con curas. Esto me lleva a darme cuenta de la cantidad de colectivos con los que no tengo ningún trato. 

Con asiáticos, por ejemplo, me saludo con el encargado de un restaurante japonés que hay debajo de mi casa, pero aparte de decirle qué voy a comer, buenos días y arigatoo ありがとう, tampoco le digo mucho más. Una señorita con rasgos orientales, con apariencia de ser china, desayuna a mi lado en el bar de la esquina, sonríe mucho y sorbe el café, pero no nos hablamos. Ahí termina mi relación con asiáticos.

Lo mismo con los que tienen un color de piel diferente al mío, un acento distinto, otra edad, son rubios, saben más que yo, lo que es fácil, o menos, toman sidra, leen según qué periódicos, votan a, les gusta el reggaetón, los adolescentes, los de otras comunidades, los de otros pueblos, los de mi pueblo, los que no son de mi barrio, la mayoría de los de mi barrio, los de mi escalera, las señoras de una edad, los árbitros, los que no recogen las deposiciones de sus perros, los que las recogen con guantes de plástico, los toreros, los fareros, los noctámbulos, los que cantan en un coro, las coristas, los solterones, los gatos pardos, los dentistas antiguos, así hasta mil colectivos con los que apenas tengo la más mínima relación. 

Incluso hay un señor mayor que sí lleva bigote y que me mira desde el espejo por las mañanas. A veces le hablo pero no me contesta. Se parece mucho a mi abuelo. Es curioso que a veces en ese espejo también está una dama cepillándose los dientes. Tampoco me contesta cuando le hablo.

Debo replantearme mis relaciones, ampliar mi círculo de amistades y mis conocimientos, mi cultura general, solucionar esta soledad, este ensimismamiento pero, sobre todo, en este momento me gustaría saber si los curas llevan bigote.  



 


domingo, 7 de enero de 2024

La verdad, miedo

Stefan Koidl

Nos fuimos al campo a vivir, estábamos aburridos del trajín de la ciudad.

Nuestra casa está aislada, un placer, la soledad. En un extremo del jardín comienza un bosque de pinos, a veces se escuchan ahí ruidos de animales, pájaros, zorros, comadrejas, una vez vimos un jabalí.

Al atardecer tomamos el té en el porche y esa paz debe ser la felicidad.

Los domingos por la noche vemos en televisión Wallander, una serie sueca. Al principio me gustaba pero en esta tercera temporada la violencia es tal que me incomoda, no sé, me desagrada.

El capítulo de anoche fue especialmente duro, unos asesinatos crueles. No quise terminarlo. Salí a fumar al porche, bien abrigado, las noches ya son frescas. Contemplar la luna llena es relajante.

Miré hacia el bosque y me pareció ver una figura, alguien vestido con una gabardina larga, me sorprendí, nunca había visto ahí a persona alguna. Se abanicaba, era su único movimiento, al menos lo único que veía. Le llamé. Desapareció entre los árboles. Me sentí inquieto.

Llamé a Begoña y le pedí que cerrase todas las ventanas. “Hace frío, cariño”

La figura apareció en otro lugar, justo al borde de mi propiedad, llevaba un sombrero, una capucha, una máscara, no sé, se abanicaba, creo que escuché una risa.

No tengo ningún arma en casa, nunca he sentidos sensación de peligro. Cogeré un cuchillo de la cocina. ¿Qué hago yo con un cuchillo?

El hombre ese, quién sea, está en otra esquina, sé que me está mirando ¿qué espera?

“Vete a la cama, Begoña, enseguida voy”

Son las seis de la madrugada,  ha desaparecido de mi vista pero sé que está merodeando ¿quién será?, ¿qué quiere?, no sé si llamar a la policía, ¿qué les digo?, tengo frío y miedo. 

sábado, 6 de enero de 2024

Recuerdos de abismos

 

Leonard Freed. From the 'Police Work' series. New York. 1972

Recuerdos, estoy lleno de recuerdos, esta página es un tenderete de recuerdos, no los vendo, los canto, los cuento, me los cuento, los invento, los toco en sus bordes, algunos afilados, estoy obsesionado con los bordes, sobre todo con los del abismo, dibujo bordes de abismo, algún día saltaré, miedo me da ese día, ese abismo, tan negro ahí abajo. O dentro. Quizás sea ahí arriba. Te vendo un abismo.

viernes, 5 de enero de 2024

Elvira Navarro

 


 

Elvira Navarra es escritora. En un artículo de hace años daba consejos sobre cómo escribir una novela sin trampas. Entre otras cosas decía que no hay que empezar a escribir hasta que esté toda la trama preparada. Esto no es una novela, es un blog, nunca preparo nada, me dejo llevar. Decía que hay que pensar en el posible lector, no tengo tiempo para eso, no puedo saber si alguien leerá lo que escribo. También decía que no hay que pensar en el lector, soy mi primer lector (muchas veces el único), siempre pienso en mí, en lo que me gusta. Egoísmo, yo mismo. Y si no, pues no.

(El artículo puede leerse AQUÍ)

 


jueves, 4 de enero de 2024

1 de enero. Tradición

 


Hace unos años mi hija y yo comenzamos lo que ya es nuestra tradición: bañarnos en el Cantábrico el dīa 1 de enero con independencia del frío, lluvia o lo que se tercie.  

Este lunes no fue una excepción, nos bañamos, nos quedamos congelados, felices, satisfechos y cumplimos nuestra tradición.

Una buena forma de empezar el año.






miércoles, 3 de enero de 2024

Adoro a las lectoras japonesas

 


En aquella lejana época de navegante solitario recalé en una isla al norte del Japón, en sus  playas milagrosas bañadas por el océano flotaban mis pecados y los blancos salvavidas de un barco embarrancado.

Viví un tiempo allá, tierra adentro. Aprendí algo de japonés, la técnica esencial del harakiri y como desabrochar los botones de un kimono sobre un maniquí.

Aquella estancia –y una geisha luminosa- me inspiraron un largo relato que titulé “Último naufragio en Kasune”, no recuerdo si terminé de escribirlo o si sigue, inconcluso, rebelde, en algún cajón. Tampoco recuerdo si fui expulsado por belicosos samuráis o si en la estación de los monzones me fui nadando entre las olas del alba. Cierto es que no fue una salida honrosa, resulta duro para mi orgullo de gallo y se borran los recuerdos entre bailes de mariposas amarillas.

A veces hablo de esa isla, con exquisito cuidado, con otros nombres que invento. Su configuración geográfica es propensa a los terremotos, sus ríos y montañas tiemblan al paso de los monstruos Godzilla, su clima se altera con los suspiros del sol naciente y torna en lluvias torrenciales. Cosas de las islas sensibles.

Cuento esto ahora que a una lectora –casualidad- japonesa, con el mismo nombre que esa isla, no deja aquí sus comentarios pero sí su disgusto. No tengo pruebas, pero estoy seguro que ella está aún allí, en el lejano Japón, que me conoció en aquel viaje, que quizás la ha enviado la Yakuza (やくざ) para cobrar tantas facturas que dejé impagadas en los mostradores, que guarda una daga entre sus ropas negras, que debo estar atento en las esquinas. Sí.



Es difícil mantener un blog a gusto de todos.
Esto intenta ser un desagravio.
Algunas lectoras japonesas son rencorosas.
Esta es bella.



martes, 2 de enero de 2024

Siempre es domingo en Philadelphia

 

It’s always Sunday in Philadelphia, Christophe Jacrot


A Parker el nuevo año le ha cogido con el pie cambiado. Hace tiempo que no puede, no sabe expresar sus emociones, demasiado tiempo. Se ha acostumbrado a fingir que siente, que sabe, que controla, que está bien, que solo está de vuelta de un viaje largo y tortuoso en el que los nombres y las sombras se escapan por una puerta que da a ninguna parte. En el fondo sabe que se ha convertido en un técnico de la mentira, del autoengaño, manipula las palabras y la sonrisa para que no se vea su miedo.

Es así.

Empieza el año y apenas quiere darse cuenta, le queda la tristeza del balance del anterior. Ha asistido a demasiados funerales. Procura no pasar cerca de un hospital. Se aleja cuando alrededor hablan de enfermedades. Se inquieta cuando siente una opresión en el pecho. Se ve desde fuera, desde arriba, cuando camina por las mañanas, ya no soy aquel que corría junto al Guggenheim. Mira el calendario y se asombra estar en el 2024, el pasado ha sido este un año duro, amargo para muchos, quiere olvidarlo.

Y sin embargo.

Busca el sentimiento, la emoción, lo íntimo, la belleza como paliativo a lo rutinario, a lo usual, a lo que ya conoce, para complementarlo, para crecer, para saber que hay esperanza. A veces la encuentra en el lugar y en el tiempo equivocados.

Aun así no se resigna.

Lee poemas que le remueven, emocionan, le sorprenden, conmocionan, le agitan, le ponen contra la pared de él mismo, le hacen sentir, pensar, reflexionar, comparar, conocer, los repasa sin pestañear, le han dejado tocado.

Son solo unos poemas, sí.

Ni siquiera de poetas famosos.

Pero.

Ayer empezó un nuevo año, sigue la vida. Parker sabe que será tan nueva como queramos. Habrá circunstancias, muchas, que no podrá controlar, es así, siempre ha sido así. Aún no es el momento, el suyo al menos, de hacer una colección de buenos propósitos, la hará cuando esté seguro. Está en el ahora, todo es ahora. Aunque hace frío abre todas las ventanas, es posible que la casa se llene de humedad y de pájaros, no le importa, está decidido a buscar la belleza que le traiga cada día.

(Entre nosotros, parece que Parker ha empezado el año con cierto optimismo)

lunes, 1 de enero de 2024

Vámonos al diablo

 

-Andrei Apostol

No recuerdo qué dije ayer que diría hoy, esta línea de propósitos para el nuevo año cae sin duelo, apenas veo, no nos deja saludar la madrugada con prístino desorden de miradas, desnudos en el tímpano de ciegos arquitectos, Guggenheim boca abajo, poetas que no ven, exegetas de Confucio, asombro de gallinas y de peces, de ese ángel que no vuela, recostado en el ocre umbral de edad temprana, no entiendo nada, ¿para qué servirá la escritura en el 2024?, me voy con José Gorostiza, que regala estos versos a la muerte: “Anda, putilla del rubor helado, anda, ven, vámonos al diablo

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