Sanguijuelas
El
amor se había difuminado como la estela de una estrella de agosto, las palabras
se apilaban junto a los peces que boqueaban en el embarcadero, lenta agonía
fuera del agua, dramática forma de morir bajo un sol maduro.
Todos
reían, los niños tiraban piedras a las ranas, las madres criticaban a las
mujeres con pestañas rojas y adornos en el pelo, los padres, en camiseta de
tirantes, buscaban madera para el fuego de san Juan donde después quemarían sus
dolores de todo el año, costumbres que no verán los nietos de sus nietos.
Ellos
reían, no sé de qué pero reían mientras las sanguijuelas nadaban en el estanque
y al menor ruido se ocultaban bajo las briznas de hierba, bajo el hielo de los
relojes que flotaban en la superficie del agua.
Risas
de los pescadores, sobre la arena el cadáver de un idilio, corazones que
intentan apaciguarse después del estremecimiento final, asesinos impasibles mirando hacia otro
lado, adolescentes saltando de charco en charco de la sangre detenida, no hay
pensiones en los rascacielos de Manhattan, ni hoteles baratos, ni la espalda de
ella soportaba hacer el amor en los montacargas, en las azoteas de Piazza
Navona, sobre los felpudos en los rellanos del quinto piso, el amor se fue
secando como un geranio entre las junturas de la pared encalada por donde
corren las salamanquesas de fugaces movimientos.
Reían,
no sé de qué pero reían.
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